Verónica Monsonís (*)
Un ataque de pánico es una súbita aparición de una gran cantidad de ansiedad. La persona teme morir, tener un ataque al corazón, volverse loco, perder el control, ahogarse o desmayarse. Al mismo tiempo que se piensa esto, el sujeto nota sensaciones fisiológicas tan desagradables como taquicardia, dolor, pinchazos o presión en el pecho, sensación de ahogo y cambios en el ritmo respiratorio, mareo, visión borrosa y sensación de irrealidad, calor, sudor, tensión muscular, temblores, calambres o flojedad en las piernas, pérdida de sensibilidad, nudo en el estómago y náuseas. Lo peculiar del pánico es que la intensidad de estas sensaciones es muy elevada llegando a ser realmente perturbadora, y además aparecen bruscamente, sin previo aviso, como surgidas de la nada. No todo el mundo nota todas las sensaciones, más bien, cada uno nota una combinación diferente de sensaciones. Incluso una misma persona, en diferentes crisis, puede notar variaciones tanto en el tipo como en la intensidad. Te interesará saber que estas sensaciones las experimenta todo el mundo en mayor o menor grado cuando estamos ansiosos, que en ese sentido son normales y que, en realidad, demuestran que tu sistema nervioso autónomo funciona perfectamente. En las ocasiones en que las crisis son de intensidad elevada, la persona quiere quitarse el malestar y su reacción será buscar ayuda y seguridad: ir a urgencias o hablar con médicos, tomar psicofármacos, distraerse, volver a casa, llamar a un amigo, parar en el arcén de una carretera, contarlo a su cónyuge o familiares, sentarse o tumbarse, beber agua, escuchar música, leer o cualquier otra conducta que corte o reduzca la crisis. A estas conductas las llamamos conductas de escape, en el sentido de que la persona escapa de la situación o del malestar haciendo algo voluntariamente. A medida que el problema crece y el miedo aumenta, a parte de las conductas de escape, la persona desarrolla lo que llamamos conductas de evitación. Consisten en eludir y no afrontar las situaciones o actividades que la persona cree que le van a provocar pánico, bien porque lo sufrió en ocasiones similares, o bien porque teme que le pueda suceder allí. En estos casos hablamos también de agorafobia. Como resultado de ello, la vida del sujeto puede quedar limitada o restringida. Algunas de las situaciones más temidas son: hacer colas, meterse en lugares concurridos, alejarse de casa, conducir y usar transportes públicos como el autobús. En ocasiones, las conductas de escape y evitación pueden ser muy sutiles utilizando mecanismos de búsqueda de seguridad menos evidentes, pero igualmente eficaces para su propósito como: llevar siempre un psicofármaco en el bolsillo, sentarse siempre cerca de la salida en sitios públicos, ir acompañado, abrir la ventana en trasportes públicos o llevar “objetos mágicos” (botella de agua, walkman, revista de pasatiempos, caramelos, bastón). Funciona como un amuleto; solo se atreven a afrontar las situaciones temidas si hacen pequeños cambios en ellas o cargan con ciertos objetos que les “mantienen a salvo” del pánico (CETECOVA, Valencia).
(*) Psicóloga.