Felicidad bajo presión

INÉS ROIG (*)

Si hay algo que compartimos todos los seres humanos, seamos de la cultura que seamos, es el anhelo de alcanzar la felicidad. Sin embargo, si nos preguntan, nos cuesta definir en que consiste eso de ser bienaventurados: que si un trabajo que me satisfaga, que si una familia, que si una casa en el campo, que si los hijos, que si los amigos…
 Desde niños leemos cuentos de príncipes y princesas que se casan y empiezan una vida de color de rosa. Leemos novelas con buen final, consumimos películas que muestran luchas de superación personal. Por no hablar de la publicidad: beba tal para sentirse bien, conduzca el coche tal, coma tal alimento y será feliz. Y últimamente, una nueva oleada de libros de crecimiento personal, de programas de radio y televisión que cuestionan nuestro estado de ánimo y nos explican como ser felices en siete pasos.
 El mensaje que nos llega es claro: nuestro fin último en la vida es la felicidad o al menos hacer todo lo posible por tratar de alcanzarla. Sin embargo, tenemos un problema: ese deseo nuestro de ser felices choca de bruces con lo que la evolución nos depara. El cerebro resulta que no está preparado ni proyectado para la felicidad permanente. La ley suprema del funcionamiento del cerebro es mantenernos vivos. Y eso implica lucha, dolor, desazón y sufrimiento.
 Vivir es enfrentarnos continuamente a conflictos y nuestro cerebro está diseñado para ir superando escollos y garantizar así la supervivencia. Para ello se han desarrollado dos herramientas neuronales: el placer y el dolor. La primera nos recompensa cuando llevamos a cabo acciones básicas para la vida, como alimentarnos o el sexo, y nos empuja a repetirlas. Y la segunda (el dolor) funciona a modo de alerta, de aviso de un peligro inminente para nuestra subsistencia.
 El desasosiego nos hace lanzarnos a la búsqueda de fórmulas que nos conduzcan como por arte de magia a ese estado de dicha permanente, a ser posible cuanto antes.
 Tiene sentido que no podamos ser felices de forma permanente. En el fondo, un estado de insatisfacción es necesario para el progreso, necesario para llegar a reproducirte, para alimentarte, para intentar acumular toda una serie de recursos que te permitan tener éxito como organismo. Si asociamos la felicidad con satisfacción de deseos, entonces que no seamos felices es algo muy positivo. Lo interesante es tener diferentes grados de felicidad, que me estimulen a moverme, a actuar para conseguir cosas. Estados transitorios de felicidad.
 Se puede ser feliz y experimentar sufrimiento, porque amar va ligado a sufrir. Uno puede ser muy feliz con su familia y sus hijos, pero seguramente porque los quiere, padecerá. El hecho de querer evitar el sufrimiento, es casi como decir que queremos evitar amar. Y sin lugar a dudas, los seres humanos estamos hechos para amar y ser amados, en activa y en pasiva.
 Los conflictos no deben bloquearnos porque los problemas son vida y todos tienen solución excepto la muerte. Quizás no podamos llegar a ser felices de forma constante, pero quizás podamos hilvanar, uno tras otro, infinitos parpadeos de felicidad.
 Si asumimos que no es posible alcanzar la felicidad abriremos la puerta, paradójicamente, a ser felices.

(*) Farmacéutica

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