En estos artículos que vamos escribiendo, haremos un alto para hablar de una persona que vive el mundo de la mar de forma intensa. Nos referimos a Amadeo Sivera Ros.
Hay que ubicar a este hombre en su entorno familiar para darnos cuenta de las profundas raíces que la mar tiene en su familia. La familia de ‘Ros’ tiene en sus componentes a prácticos del puerto, cuando eran necesarios, porque las barcas no disponían de instrumental para meterse en el puerto y era el práctico quien las guiaba hasta ubicarlas en su lugar y lo mismo intervenía en la salida. Prácticos fueron Valentín y Amadeo. Bartolomé Ros Rodríguez que da nombre al grupo de casas de pescadores fue secretario de la Cofradía de Pescadores y era tío de Amadeo Sivera Ros, ya que éste era hijo de su hermana Amparo.
Esta sola familia podría dar lugar a una saga de gente marinera xabiera que contrastaría con otras muchas estirpes de personas vinculadas a la mar. Otro hermano de Bartolomé Ros Rodríguez fue Amadeo, calafat y carpintero de ribera que casó con Anita Ros Buigues y de quien desciende Valentín Ros Ros y sus hijos Amadeo y Juan.
Pero antes fue Bartolomé Ros Gavilá y su hermano Valentín Ros Gavilá. Y aun debió haber más gente avezada a la mar porque estas raíces ‘inundan’ la familia. Pero hoy vamos a conocer un poco a Amadeo Sivera Ros.
Este hombre nació en 1924. Desde los ocho años trabajó con su padre en la modalidad de palangre. Fue alumno del mestre Cardona a quien recuerda con cariño y en su memoria queda su encarcelamiento en la casa Bolufer (frente a la iglesia) convertida en prisión tras la contienda civil. Allí fue ubicado junto a Antonio Armell Lon según me contó en su día el citado Armell. Se casó en 1957 y se jubiló a los 60 años, aunque una vez jubilado siguió vinculado a la mar de alguna forma.
Por su mente pasan muchos barcos, muchas historias, muchos puertos y lugares que vivió, porque nunca supo estar encerrado entre cuatro paredes con funciones de oficina. No entra en su cabeza el ser ‘marinero en tierra’ y aunque en La Unión naval de Levante, pudo estar realizando labores en tierra, no lo resistió y siempre pidió estar en la mar.
Me cuenta que iba en un barco, el Nuria Ramos, y que por algunas circunstancias se cambio al Ricardo Ramos. Cuando estaba en altamar se recibe un cablegrama en el que se indicaba que el Nuria se había hundido. ¡Cuántas cosas pasaron por su cabeza ya que allí tenía amigos y cuánto dolor anidó su corazón! Al llegar a tierra se entera que el Nuria se había salvado porque un barco inglés había captado el SOS. El encuentro con sus amigos a quienes creía perdidos fue emocionante para él. En su memoria está el recorrido por los puertos franceses después de la II Guerra Mundial; Dunkerque, Dover (en Inglaterra)… todos los puertos estaban destrozados. Pero este marinero viajó hasta su jubilación por Burdeos, Ruán, Cherbourg, Nantes, pero también por Fernando Poo, Bata, Monrobia, Cabo Verde, Santa Isabel, Guinea. Y en estos recorridos eran varios meses los que estaba fuera de casa. Los nombres de los barcos que durante un tiempo fueron su vivienda quedan grabados en su mente: aparte de los dichos, el Rió Francolí, el Villa Madrid, el Ciudad de Valencia, el Ciudad de Granada. También la Unión Naval de Levante y la Transmediterránea forman parte de su vida.
Hoy, lo podemos encontrar a la llegada de las barcas de pesca, entre los pescadores, con los ojos buscando el azul del mar y el rostro curtido por la sal y el sol y queriendo sentir el azote del viento y la humedad marina en su piel.