Asistimos perplejos a una oleada del machismo más destructivo en estado puro. Tan solo unas horas después del éxito de la movilización de Madrid contra los violentos, comenzó la desgraciada cadena.
Me colman los ojos las lágrimas cuando veo tan evidenciada una gran verdad: mientras algunos descerebrados se atreven a afirmar que «en España estamos prácticamente en situación de plena igualdad», ser mujer en nuestro país significa estar abocada a la violencia en sus múltiples variantes (psicológica, física, patrimonial, económica, sexual, etc.) y a la muerte. No lo puedo remediar, ya que soy hombre y soy profundamente feminista. Dos términos que el régimen de patriarcado se empeña en que sean incompatibles. Pero igual que, desgraciadamente, el machismo no es solo cosa de hombres; el feminismo, gracias a Dios, tampoco. Cada vez somos más hombres en la lucha contra una gran injusticia, una incoherencia, un anacronismo cultural.
Nadie es dueño de nadie. Hace falta una importante labor didáctica en las escuelas e institutos. Los jóvenes deben aprender y entender que en las relaciones interpersonales no existe el sentido de la propiedad, ni en el ámbito laboral, ni en el familiar, ni en el plano económico, ni mucho menos en el sentimental.
Esa labor educativa de nuestro ser en sociedad, en convivencia, debe ir acompañada de la voluntad política. Se deben poner en marchas políticas públicas contra el machismo, verdaderamente dotadas de presupuesto para que sean desarrolladas con efectividad. Pero la realidad es que caminamos en la dirección opuesta desde 2011. De entrada, eliminar el Ministerio de Igualdad no fue un buen primer paso para el progreso femenino, más bien supusieron cuatro o cinco zancadas de retroceso. Ya se iba atisbando hacia dónde íbamos a dirigirnos con aquella brava marea azul de ese fatídico noviembre.
Nunca entendieron que meterle la tijera a la solución de uno de los mayores problemas de seguridad que sufre el país, agravaba la situación. Y digo «entendieron» porque me niego a creer que lo hacen conscientemente y, posteriormente, puedan dormir por las noches con la conciencia tranquila. Sería muy poco humano. Digamos que tienen otras prioridades que se sitúan por encima de la necesidad de erradicar esta lacra.
Sin embargo, a pesar de no sufrir un atentado terrorista de gran magnitud desde 2004, cuadruplicamos cada año el presupuesto dedicado a la lucha antiterrorista. La posibilidad de que haya células del ISIS actuando en España es una amenaza, es cierto. Pero los torturadores que humillan y matan en vida a su víctima, suprimiendo su libertad, parece que no lo son tanto.
Al final, va a resultar siendo un problema terminológico. Que vengan y nos repitan aquello de que la violencia de género no es un problema de terrorismo. ¿Será porque este tipo de terrorismo no se lleva por delante a los hombres?
¿Cuántas más para comenzar a actuar?
(*) Periodista.