ÁNGEL SERRANO ZURITA: Cuando Pablo Iglesias resucitó

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Estaba medio perdido. Acusaba cierto cansancio. Cuando Podemos apareció, ya llevaba en las alforjas años y años de trabajo. La Tuerka y sus cameos en tertulias de poca monta, muchas de ellas de la derecha más radical, le permitieron alcanzar a una masa joven y descontenta de votantes tradicionales, de gente que en la vida ha votado (y, posiblemente, siga sin hacerlo). Momentos televisivos que dejaron tras sí grandes vídeos en el mundo web. Tan virales como personas utilizan redes sociales en España.

Alguien debió pensar que su irrupción en el Europarlamento era la culminación de todo ese esfuerzo. Pero quedaba lo más difícil: entrar en el escenario político de lleno y sobrevivir hasta el final del año siguiente. Y lo hizo con su impactante discurso, sus maneras, su aspecto desenfadado y su cierto grado de soberbia que, para qué negarlo, también es necesario para ser el líder máximo y único de un proyecto político de semejantes características.

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Quizás alguien le aconsejo, con bastante razón, que alejarse un poco sería bueno para visibilizar la que fue su primera verdad absoluta: Podemos no es un líder y una militancia, como todos los demás, se fundamenta en sus bases. Unas bases que deciden y aprueban todo. Hasta pusieron a disposición una aplicación móvil en la que cualquiera podría dar ideas para atacar en los debates. Ideas que ayudarían a Carolina, Pablo, Iñigo, Juan Carlos (el breve); luego vinieron Kichi, Irene, Teresa, el otro Pablo, el Dr. Verstrynge. Pero la gente quería al bueno, al que nos instruye frente a los malos, al que apartaba el argumentario y daba una clase de ciudadanía.

Pero, para entonces, dicho por su propia gente, el guión ya estaba demasiado ajustado. Ya no convencía. Ahora ya no podía pararse a enamorar. Las televisiones de verdad, las rentables, dejan muy poco espacio para la reflexión. Aún así, rompía récords de audiencia con sus cara a cara con Esperanza Aguirre o su sus frases como «Don Pantuflo», dirigiéndose a Eduardo Inda. Sin embargo, las encuestas comenzaron a invertir tendencias. Se le acusó de estar más en España que en Bruselas, se destapó el caso Monedero, las contrataciones en Rivas dejaban en evidencia a su mujer. Los del color morado y blanco inmaculado dejaron de relucir. Al menos, sin que su círculo dejara de emitir tantos destellos.

Pablo y su equipo entendieron el mensaje. El sistema de duopolio en la televisión española no favorecía sus puntos fuertes y dejaba demasiado en evidencia los débiles. Había que aparecer desde Bruselas y con menor frecuencia. Limitarse a ejercer de líder en las municipales y autonómicas, sin exponerse demasiado, ya que se producirían algunas duras derrotas. El bipartidismo no estaba tan muerto y aún quedaba definirse en Cataluña con éxito. Todo ello, hallando puntos en los programas que les otorgaran el elemento de distinción que todo el mundo espera de ellos. No son lo mismo: «Casta mala, nosotros buenos».

Para colmo, no pueden sobrepasarse, hay que moderarse. Los caladeros se acaban y necesitan pescar en el indefinido centro político español, centro izquierda a poder ser. Además, los mercados son malos pero hay que tenerlos de buenas, no vaya a ser que se asusten. Y Pablo se volvió socialdemócrata.

Y en ese momento, al tercer asalto, Pablo Iglesias resucitó en El Hormiguero.

(*) Periodista.

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