Se han puesto de moda, en estos momentos de crisis, las llamadas compañías aéreas de «low cost» (bajo coste), con las que puedes ir al fin del mundo por cuatro reales. De todas ellas, la más afamada es la irlandesa Ryanair, fundada por Tony Ryan para competir con las compañías que hacían la ruta entre Irlanda y Londres. Ofrecía un bajo precio, siendo la línea inaugural entre Waterford y el aeropuerto de Gatwick en Londres con un avión de hélice (estamos hablando de 1985). Después de muchas vicisitudes económicas, la compañía tomó aire (que otra cosa podía tomar una compañía de aviación), comprando varios reactores de gran capacidad, a los que hacía volar varias veces al día. Si a eso le unimos la supresión de comida, prensa, rápidamente entró en ganancias y se convirtió en un «lobby» que quitaba y ponía líneas, primero suprimiendo las poco rentables y luego forzando subvenciones, bajos costos aeroportuarios y aumentando la incomodidad de sus viajeros, a los que hacía ir a pie hasta el aeronave, no permitiendo sobrepeso en el equipaje, aunque podía pagarse ese sobrepeso aparte.
Una de las genialidades para disminuir costos ha sido apurar el combustible, teniendo que hacer varios aterrizajes forzosos, aunque el patrón actual de la aerolínea, O’Leary, acusó a los medios informativos y a los distintos gobiernos, de una campaña para deteriorar su imagen. No sé si en esa campaña se puede incluir aquella ocurrencia de tener que pagar por utilizar los aseos o ésta otra con la que se pretendía que el pasajero viajara de pie o apoyado en un asiento vertical, similar a las «misericordias» que hay en los coros de las catedrales y monasterios que servía para que los canónigos y monjes que cantaban pudiesen apoyarse, mientras permanecían de pie. Estos asientos verticales no fueron pensados por la aerolínea para descansar a los viajeros, sino para ampliar el pasaje de cada vuelo, porque cantar, no sé yo… Los niños no pueden viajar por no tener documentación, con lo que se favorece el viaje en familia. Y si se cancela el vuelo, no se paga esa cancelación, aunque está regulada por ley. En fin, que está muy en línea y no aérea con las actuales directivas económicas del mundo civilizado.
El último «incidente» lo ha protagonizado esta compañía haciendo que la Guardia Civil española desalojara e hiciese desembarcar a una pasajera por llevar en la mano un libro, aduciendo que estaba fuera del equipaje y que éste ya llevaba el peso contratado. No le valió a la viajera ninguna de las alegaciones que hizo, incluida el pagar el sobrepeso del equipaje. La hicieron bajar del avión y perder el vuelo. Claro que, estando como estamos, en plena ofensiva contra los libros, la lectura, la cultura en general, no es de extrañar esta forma de proceder de un «servicio» que está en manos de alguien que expone a sus viajeros, que no clientes, al riesgo de estrellarse si se le agota el combustible al aeronave y no encuentra aeropuerto en el que aterrizar de emergencia, como ha podido hacer hasta el momento, sea o no cierta la campaña de desprestigio que es atribuida a una conspiración internacional o poco menos.
Claro, si encima, los aeropuertos, el sector hotelero y sobre todo, los usuarios se pelean por que la línea de «low cost» en cuestión tenga una ruta, un buen número de viajeros y un pasaje en sus aviones para ellos, aunque el precio de la ruta sea barato, de hecho se incrementa considerablemente por el precio del trasporte desde la ciudad hasta el aeropuerto de partida, por ejemplo o el pago de servicios indispensables, nada se podrá hacer para frenarla, por aquello de que «sarna a gusto…». Es la ley de la oferta y sobre todo de la demanda. Y si no, vuele usted en una compañía «normal» y sabrá que el precio del viaje está por las nubes o cerca.