Y pasó el 25 de septiembre

Guillermo_Ares_Opinion

Como esas olas que aparecen anunciando el fin del mundo, hace unos tres meses apareció un correo electrónico anunciando el fin de la Constitución según la conocemos, un cambio en el gobierno empezando por el propio presidente y, en general, un país políticamente nuevo.

Ya ni hablemos del económicamente nuevo.

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Se demostró que Internet tiene una gran capacidad de difusión, que no de convocatoria, eso es arena de otra playa.

Media España esperaba que la otra media fuese a «tomar» literalmente el Congreso, las fuerzas del orden, que no el desorden por la fuerza, rodearon el barrio, los comerciantes felices y los transeúntes tuvieron un lugar más por donde no se podía pasar.

Por fin, llegó el 25, un martes caliente, media España se quedó esperando que la otra media le resolviera la papeleta, de esa media una media mitad de la mitad de la media pensó en ir a la zona, pero finalmente todo se saldó con dos docenas de detenidos y cinco docenas de heridos no sé muy bien de qué gravedad, pero parece que poca.

El presidente Rajoy estaba fuera del país, seguro por aquello del exilio si todo hubiese salido mal (para él y bien para los aguerridos revienta Constituciones), supongo.

A la hora de escribir estas líneas, pasadas unas cuantas horas ya del 26, que yo sepa, seguimos con el mismo Congreso, el mismo presi y los mismos problemas.

Cuando llego a este punto me pregunto si merece la pena escribir sobre este tema, ni siquiera detenerse unos segundos a reflexionar, ya todo se ha desmadrado de tal modo que el caos impera en nuestras cabecitas locas.

Los mayores no han sabido cultivar una Democracia, los jóvenes no saben qué es eso, por lo que todos se saltan a la torera las leyes, la Constitución, el sentido común y los valores más elementales.

¿Mereció la pena ilusionar a tantos y acojonar a tantos otros amenazando, no se sabe muy bien desde dónde, con una revolución encubierta, a todas luces ineficaz y totalmente inútil?

Seguro que si proponemos una acción masiva (de masas), desde la que haya que hacer algún sacrificio personal como no gastar gasolina, no usar los teléfonos, no fumar, no ver la tele y no eso que están pensando, todo el mundo diría que muy bien pero nadie lo haría.

Conclusión, no hay de qué quejarse porque no hay valor para enfrentarse a ello ni siquiera con la ley en la mano.

Es muchísimo más cómodo que «lo hagan», que «vayan», que dimitan…

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