El 29 de diciembre de 1711 el rey Felipe V aprobó la creación de una Real Biblioteca abierta al público el 1 de marzo de 1712 en el pasadizo de la Encarnación, en la actual plaza de Oriente de Madrid, y que desde el principio puso a disposición de los estudiosos numerosas colecciones de muy diversa procedencia. El fondo inicial es el de las obras procedentes de la denominada Librería de la Torre Alta del Alcázar, los libros traídos por Felipe V desde Francia y las bibliotecas incautadas a los partidarios del Archiduque de Austria en la Guerra de Sucesión.
En 1836, la biblioteca dejó de ser propiedad de la Corona y pasó a depender del Ministerio de la Gobernación, cambiando su nombre por el de Biblioteca Nacional. En 1866, Isabel II colocó la primera piedra del Palacio de Archivos, Bibliotecas y Museos, actual sede de la BNE en el paseo de Recoletos de Madrid, que se inauguró 30 años después de comenzar las obras, en 1896.
La Biblioteca se va incrementando con muchas aportaciones: las bibliotecas de los conventos suprimidos por la Desamortización de Mendizábal así como importantes bibliotecas particulares compradas a la muerte de sus propietarios o donadas por sus herederos. Algunas de éstas son las de Juan Nicolás Böhl de Faber (1849), Agustín Durán (1863), Cayetano Alberto de La Barrera y Leirado (1868), el Marqués de la Romana -que se formó en buena parte con la biblioteca del Camarista de Castilla Fernando José de Velasco y Ceballos-, Serafín Estébanez Calderón, Luis de Usoz y Río (1873), la Condesa de Campo Alange (1884), Ricardo Heredia (1891 y 1894), Luis Carmena y Millán (1892), Francisco Asenjo Barbieri (1894).
En 1896 la Biblioteca Nacional se trasladó al palacio donde está en la actualidad tras haber estado desde su comienzo en varias sedes. A partir de este momento los fondos con los que se va incrementando la misma proceden de Pascual de Gayangos (1899) y las bibliotecas especializadas en diferentes temas como la reunida por Francisco Pi y Margall (1902) de tema americano, las de José María Asensio y Toledo (1949) y Juan Sedó Peris-Mencheta (1968) sobre Cervantes y sus obras, la reunida por Antonio Graiño (1959) de obras filipinas, la de Tomás García Figueras (1966) de tema africano y la colección de Manuel Gómez Imaz (1977), especializada en la llamada «Guerra de la Independencia» (1808-1814).
La Guerra Civil fue uno de los momentos más delicados de su historia. Para proteger los libros más valiosos, algunos se trasladaron fuera de Madrid y otros se guardaron en los sótanos bajo sacos de arena. Los bombardeos derribaron una cornisa del edificio y decapitaron la estatua de Lope de Vega de la fachada…
Se amplió en 1993 con la de Alcalá de Henares (Madrid). Se estima que la biblioteca conserva actualmente cerca de 30 millones de documentos, entre ellos los que llegan en buena parte por depósito legal (en 2010 ingresaron 861.145 piezas por esta vía).
Las bibliotecas conservan el saber y los recuerdos. Nuestra vida se fundamenta en las dos áreas: saber y recuerdos y de su conservación y aprovechamiento crecerá una madurez personal y social necesaria para el progreso. Pero las bibliotecas han ido evolucionando y ya no hay solo libros, porque los recuerdos están en muchas cosas.
Hay un halo de ingenuidad y de inocencia, así como de osadía al mismo tiempo, cuando en las últimas algaradas estudiantiles, los participantes muestran libros en alto. El libro busca la paz y la armonía y mostrarlos como enseña y bandera de una postura frente a otra no es del todo ético. También hubo un tiempo que los libros se quemaban, cuando no satisfacían al poderoso o a la institución que disponía de poder. Los libros se escriben para leerlos.