El verano pasado comencé una pequeña serie de escritos que denominé de ‘verano’ (CANFALI-MARINA ALTA, 23 y 30 de julio de 2011) por cuanto trataba de temas ligeros, anodinos, intrascendentes y casi para pasar el tiempo. No exigen al que lo lee mayor reflexión y sólo buscan la leve sonrisa.
Ahora hablaré de las pastillas que solemos tomar los que, llegada cierta edad, tenemos que ‘aficionarnos’ a ellas por disposición médica. Hay que tomarlas con cierta periodicidad, ceñirse a un ritmo horario tratando en cada momento de tomar la pastilla precisa y no otra. Por ello las pastillas se presentan en variados colores, formas, envoltorios distintivos para de esta forma adquirir personalidad y saber que a cierta hora hay que tomar la colorada pequeña y más tarde la azul redonda y mediana; a media tarde la roja intensa menuda y para cenar la amarilla verdosa de tez arrugada. A veces la memoria nos juega una mala pasada y olvidamos tomar una de ellas o varias en el momento preciso para su ingestión.
Yo he decidido bautizarlas con nombres femeninos; igualmente una mujer puede, si le gusta mi idea, darles nombres de aquellos mozos que en su día la obnubilaron. Es un recurso mnemotécnico que he hecho aprender a los que están en mi entorno para evitar confusiones.
Las de la mañana, he decidido ponerles el nombre de Carolina a la pequeña y amarillenta; Amelia a la azulada y mediana; y Rosa a la que me cuesta tragar porque es alargada y un poco grande. Así que me digo: ahora he de tragarme a Carolina, Amelia y Rosa. Como resulta que una de las pastillas de sabor más agradable, la tengo que chupar, a esa, que es redonda, aplastada y blanca, además efervescente, la he llamado Genoveva. A Genoveva la tomo entre horas, a media mañana y a media tarde. A mediodía tengo que masticar a Lola, antes de engullirla porque a ella hay que darla digerida al estómago y a trocitos pequeños por su intensidad. Hay una muy amarga a la que le he puesto el nombre de Marga (por Margarita) y otra algo ácida y desagradable a la que le pondré el nombre de la ‘ex’ o Dolores. A Marga y a Dolores las he de tomar todos los días con café, y de esta forma nublo su amargor y acidez.
Por la noche, el repertorio suele repetirse con alguna de la mañana aumentada con otras. Así entran por la garganta Amelia y Carolina. Pero antes de dormir me acompañan Celeste y Violeta. A ambas las he de tomar con un té para disipar su sabor entre las esencias del té moruno con hierba de menta. A pesar de sus nombres no son azules.
A mis amigos, cuando les cuento que cada día tengo a mis pies, mejor dicho a mis manos y delante de mis ojos a Carolina, Amelia, Rosa, Genoveva, Lola, Marga, Dolores, Celeste y Violeta, creen que tengo un harén, y efectivamente es un harén que alimenta mi maltrecho y deteriorado cuerpo y que necesita de ellas para seguir adelante. ¿Qué haría yo sin Carolina, Amelia, Genoveva… y de Marga y más aún de Dolores?
Ahora mi hija, para mi organización, me ha regalado un pastillero. Tiene forma de misal, con siete departamentos, uno para cada día de la semana y cada departamento cuatro espacios para distribuir las pastillas (mañana, mediodía, tarde y noche). Lo que ocurre es que para llenarlo y estudiar cómo llenarlo me paso más de media hora. Los domingos por la noche, me coloco delante del pastillero, saco las pastillas de sus cajas y comienzo la distribución. ¿Dónde coloco a Carolina? ¿Dónde a Amelia? ¿Dónde a Genoveva?… Cuando he terminado de rellenar los departamentos, estoy agotado, cierro el misal y me duermo.
Lo que ocurre es que el misal está concebido para zurdos o también pudiera ser que para que lo sepa el que está conmigo, ya que los nombres de los días están ubicados para leerlos el de enfrente. Es decir, la enfermera o auxiliar, lee: lunes (yo lo leería al revés) y sabe que me tiene que dar eso, pero yo aun puedo dármelo y acariciar a Carolina antes de meterla en la boca, tomar entre mis dedos a Amelia y jugar con Rosa haciéndola rodar por la mesa…
Cada mañana, cojo el misal entre mis manos y me lo llevo hasta la mesa para el desayuno. Tras comer la tostada, lo abro, y según el día que sea, abro el departamento de ese día y cojo la pastilla que me toca. Siempre, a todas horas, voy con el misal, arriba y abajo, a derecha e izquierda, por el pasillo y por el comedor… Dentro están Carolina… Lola, Celeste, Violeta y Dolores que es distinta a Lola. Ellas me acompañan en esta edad en que el cuerpo necesita de este sustento, digo que por prescripción facultativa. Gracias a mi médico, tengo la compañía de todas ellas, pero dentro de un orden. Para la pastilla azul aun no tengo nombre. ¡Ya está! Le pondré el nombre de Asunción o Ascensión porque eleva o sublima.