Si analizamos el papel de una biblioteca como lugar en el que hay libros que se pueden consultar, estamos ante un servicio público. Pero también nos encontramos con bibliotecas privadas donde, si conocemos a sus propietarios, podemos acudir para ver aquello que nos interesa.
En Xàbia tenemos la biblioteca ‘Bas Carbonell’ ubicada, por cierto en el lugar en que tuvo lugar mi nacimiento, y donde residieron mis ancestros maternos. En ella he consultado muchas cosas que me interesaban a lo largo de mis investigaciones. También nos encontramos con la que posee la Fundación Cirne y a donde he acudido en alguna ocasión para consultar alguna cosa.
Hace pocas fechas estuve en la biblioteca privada del Duque de Alba en el Palacio de Liria en Madrid. La biblioteca está ubicada en el palacio, joya arquitectónica del siglo XVIII, destruido durante la guerra y reconstruido por El Excmo. Sr. D. Jacobo Estuart y Falcó, duque de Berwik y de Alba.
Claro que al ser bibliotecas privadas hay que establecer la conexión para concretar en que momento están accesibles sus fondos para la consulta. En este caso tuve que quedar por teléfono con el bibliotecario de la misma y pude consultar el manuscrito que me interesaba.
Allí, entre valiosos textos, estuve trabajando unas dos horas, rodeado de un saber y de un conocimiento como no hay en otro lugar. Las paredes y techos con pinturas y frescos propician un ambiente de trabajo en el que los libros forman parte de una escenografía que invita a la concentración. Silencio y penumbra que incitan al sosiego. Una luz precisa y focalizada hacia el libro proporciona la iluminación necesaria. Al poco de estar yo, vino una investigadora que buscaba cartas de un personaje del siglo XVIII que allí había guardadas. El papel del bibliotecario es fundamental en estos lugares porque sólo él sabe donde está cada cosa o donde puede estarlo. El libro cumple allí su función de propagador de la cultura y no se queda sólo, sino que está a disposición del interesado en su consulta.
Las bibliotecas, en estos casos, cuando son conocidas y posiblemente utilizables, suelen tener, además de libros, manuscritos y documentos de carácter histórico que pueden explicar un hecho o un acontecimiento histórico y que hay que rebuscar. Para ello, estas bibliotecas, dan a conocer sus fondos o están especializadas en una temática. Otras veces estas bibliotecas han comprado los libros y pertenencias de otras bibliotecas enriqueciendo sus fondos. Ocurre que al morir un erudito con una buena biblioteca, los herederos se la reparten y pierde su unidad, o no le dan valor y la malvenden, o nadie la compra y terminan de mala manera o en un contenedor. La muerte de los libros, en este caso, acompañada de la indiferencia de sus propietarios, es un hecho lamentable. Ningún libro se merece este final.
Tras la destrucción de tantos archivos y bibliotecas en la guerra civil, aparecieron multitud de pergaminos procedentes de documentos del siglo XV y XVI y sucesivos que, a falta de papel, se utilizaron para envolver el pescado por los comerciantes del mercado. ¿Adónde nos llevó la incultura y el odio? Hace poco, en la guerra de Irak, sufrieron múltiples tropelías lo que quedaba de la Biblioteca de la antigua Babilonia y se destruyó mucho.