Terapias con perros, algo más que acompañamiento

ROSA RIBES FORNÉS

Las terapias y actividades asistidas con animales han demostrado efectos beneficiosos para el tratamiento de algunas enfermedades, para la mejora de la calidad de vida, para levantar el ánimo e incluso para facilitar la integración social de las personas con dificultades para comunicarse o relacionarse. Algunos hospitales en Estados Unidos y en México las han utilizado para reducir tensiones en el día a días de sus sanitarios, agotados y con un fuerte desgaste psicológico tras jornadas maratonianas de lucha contra el COVID-19. Más curioso es el caso del Hospital 12 de Octubre de Madrid que, con amplia experiencia en su aplicación tanto en niños como en adultos y por aquello de la pandemia, puso en marcha en el mes de septiembre un programa online de intervenciones asistidas con perros para los pacientes de pediatría con daño neurológico.

La Residencia Verge de la Soledat de Ondara es pionera en la aplicación de terapias asistidas con perros, una actividad que el personal del centro está deseando recuperar cuando la situación sanitaria lo permita. La culpable es Nena, una golden retriever que a todos les tiene robado el corazón. El día que tocaba sesión, una vez al mes, los residentes la esperaban en el salón. Ella llegaba con Mayte, pero entraba sola a la sala y los saludaba uno por uno. “La experiencia ha sido fantástica”, explica la directora, Paqui Ferrando, “aquí hay gente muy deteriorada y Nena ha conseguido hacer cosas, hacer reaccionar a personas, que nosotros no podíamos, por mucho que lo intentásemos y de la forma en que lo hiciésemos”. Cita un caso concreto, el de una persona con una pérdida de la realidad muy importante, que no reaccionaba ni siquiera cuando se le hablaba y que un día, cuando entró la perra y con un simple contacto visual, “modificó la postura, hizo intención de tocarla y le dirigió unas palabras”. “Fue superemocionante”, remarca la directora.

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“Los resultados son palpables y hay investigaciones científicas que demuestran los efectos positivos del simple hecho de tocar al perro que, por ejemplo, regulariza la presión arterial”, comenta Ferrando.

Mayte Ahuir y Nena llevaban nueve años trabajando en la residencia de Ondara con el apoyo de los profesionales del centro -sobre todo la psicóloga y la técnica de animación- cuando estalló la pandemia. Su taller, y también el programa intergeneracional que allí se desarrolla en colaboración con el IES Xebic, se echan en falta “porque son los que más influyen en el estado de ánimo de los residentes”, muy afectados por la solitud durante la crisis sanitaria. Ahora bien, la decisión de los trabajadores de encerrarse con ellos durante el tiempo que transcurrió desde que se les administró la primera dosis de la vacuna hasta la segunda “fue un respiro para ellos y para nosotros”. Hubo karaoke, cine de barrio, baile y más cosas. Pero, sobre todo, se sintieron un poco más acompañados.

SIN PALABRAS

            Trabajar con las personas mayores es para Mayte Ahuir una experiencia maravillosa para la que le faltan palabras. En sus recuerdos se mezclan emociones, lágrimas, personas que no se movían ni reían y que ahora interactúan con la perra, abren la mano, la acarician, cantan… Por lo que aporta y por lo que le aporta, su deseo es reanudar la actividad en la residencia de Ondara, donde empezó en 2011, nada más sea posible. Psicóloga de profesión, en 2010 se formó en terapias de asistencia con animales. Empezó con las intervenciones asistidas con caballos y con su perra Nena, cuando solo tenía nueve meses, para asociaciones y en residencias de ancianos. Pero llegó un momento en que tuvo que elegir porque la consulta como psiquiatra y sexóloga le requería cada vez más dedicación. Aun así, siguió impartiendo el taller en Ondara, donde su perra y ella han creado un vínculo muy estrecho con la residencia. “Ella siempre me acompaña, es mi coterapeuta, los clientes de mi consulta lo saben bien -señala-, ella los recibe y consigue sacarles una sonrisa, y en el caso de los adolescentes, por ejemplo, es quien rompe el hielo”, comenta satisfecha.

¿QUIÉN LEE A QUIÉN?

            A la hora de hablar de intervenciones con animales hay que distinguir entre las terapias asistidas, que requieren de la participación de un equipo multidisciplinar con profesionales de la salud que marcan los objetivos a conseguir, y las actividades asistidas. Kris Mota, de Hope Intervenciones Asistidas con Animales, trabaja también ambos aspectos y destaca la facilidad de sus perros, Eddie y Julia, para comunicarse con las personas a las que asisten. “¿Por qué? Porque no juzgan, no miran mal a nadie porque sea diferente, no rechazan a alguien porque sea más grueso, más bajo o le caiga la baba”, explica. “A veces parece que saben a quién se han de acercar”, señala esta psicóloga con formación en intervención y terapias asistidas y que es además educadora canina.

Kris Mota apunta que el perro de asistencia “también ha de disfrutar”. “Has de mirar por su bienestar”, añade, “no ha de ser un perro explotado, un perro de circo”. Recuerda que después de trabajar “hay que peinarlo y dejarlo libre, que corra por el campo, porque también ellos reciben en las sesiones mucha energía”. Se ha de llevar un riguroso control veterinario y las visitas a la peluquería canina han de ser constantes “porque han de tener el pelo muy limpio”

De su experiencia en Madrid, donde ha desarrollado la actividad durante años, recuerda muy buenos momentos. Cita aquellos en que el equipo médico o de fisioterapeutas de un hospital hace la evaluación de un paciente “y te informan de que se ha podido reducir la medicación a una persona con depresión, o cuando una persona que no podía andar o moverse de su asiento se levanta par estar con Eddie, cuando te ven entrar y te sonríen…”. “Es una especie de cura de humildad que te hace poner los pies en la tierra -relata-, porque la gente más necesitada es la más agradecida, y eso es muy emocionante”.

Aunque la mayoría de momentos han sido gratificantes, recuerda algún episodio violento, cuando un paciente esquizofrénico se puso agresivo con el perro. Pero sin duda, asegura, lo más duro es la pérdida de alguien, “sobre todo si son niños”.

Mota destaca el papel de las terapias asistidas en la mejora de la calidad de vida de las personas y sus efectos en las áreas cognitiva y emocional, ya que el contacto con el animal produce una subida de la oxitocina. Son recomendables para todo tipo de diversidades funcionales, autismo, alzhéimer, depresiones, estados de ansiedad… “incluso para humanizar la estancia en hospitales, hacer más llevaderos los tratamientos oncológicos o la espera de los niños en las salas de urgencia, sacar del aislamiento a los ancianos en las residencias”. “El perro es un gran motivador, da mucha vida”, dice la representante de Hope, “pero también ayuda a cumplimentar actividades, como los ejercicios de psicomotricidad o los de equilibrio”.

No hay que pasar por alto que también se puede trabajar con niños en riesgo de exclusión social o jóvenes con anorexia o bulimia, asistir a víctimas de la violencia de género, a alcohólicos e incluso a los reclusos de las cárceles.

En un plano distinto al de las terapias, las actividades asistidas pueden tener un carácter más lúdico y desarrollarse por ejemplo en centros escolares. Se pueden impartir talleres de refuerzo y de lectura. En estos últimos, cuenta Kris Mota, los niños leen o cuentan cuentos al perro y lo hacen con mayor fluidez que cuando leen al maestro. Se pueden trabajar también valores y actitudes.

Un perro de intervenciones asistidas como Eddie y Julia – también de la raza golden retraiver- ha de ser entrenado a diario, “pero no solo en la obediencia, sino también para poder trabajar entre bastones, sillas de ruedas, andadores, en distintos tipos de suelo…”, dice su propietaria. Ella tiene cinco perros y es con los dos de asistencia con los tiene un vínculo especial, mucho más fuerte, “hay una dependencia mutua”, reconoce.

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