INÉS ROIG (*)
Hay un filón inagotable de productos pretendidamente medicinales que dicen prevenir o tratar enfermedades, modificar el estado físico y psicológico, restaurar o corregir funciones orgánicas, pero que no se ajustan a las exigencias de veracidad, claridad e información sobre su contenido, composición, naturaleza o efectos.
Se suelen anunciar con una publicidad muy agresiva y estacional, como la llegada del verano. Se sirven de los anhelos más profundos del consumidor, especialmente de las consumidoras: la imagen como reclamo y elemento clave para alcanzar el éxito y la aceptación social. Usan un lenguaje científico con los nombres de los ingredientes en latín y hacen referencia a estudios de universidades u hospitales muy lejanos cuya evidencia científica es difícil de contrastar.
En salud y belleza se buscan soluciones rápidas, instantáneas. Es fácil pensar que fórmulas mágicas que no funcionan en otros ámbitos de la vida, si lo hacen en estos terrenos. El consumidor sabe perfectamente que pueden estar engañándole o exagerando las propiedades; sin embargo, prueba y prueba por si acaso. Y, además, cuanto más caro es, más confía en que puede ser que esta vez si funcione.
Ha habido curanderos toda la vida, solo que antes se movían en un ámbito local y ahora el boca-oreja se multiplica gracias a Internet. Se aprovechan de que sus productos no son fármacos (que tienen una regulación muy estricta) y que se pueden vender online, dirigiéndose directamente a su público potencial. Para cuando las sociedades científicas o las asociaciones de consumidores logran su retirada, las empresas que los comercializan ya se han hecho de oro.
En España, entre un 24% y un 28% de la población adulta es obesa. Se trata de personas con baja autoestima en buena parte de los casos, que suelen sufrir enfermedades asociadas como la diabetes, colesterol o problemas cardiovasculares. Las soluciones que les proponen los médicos (dieta, ejercicio, etc.) son aburridas, tediosas y repetitivas. Y, además, les exige disciplina, contención y autocontrol. Las hierbas o los planes milagrosos son seductores: les podrían hacer perder peso sin esfuerzo. Representan la llamada “tentación del atajo”.
Hay quienes ven una locura comprar los medicamentos por Internet pero no tienen reparo en cumplir una dieta recomendada en la Red; quizá porque todavía nos cuesta comprender que la nutrición no es una cuestión de estética sino de salud. El discurso de los endocrinólogos tiene poco gancho, van más lentos de lo que el usuario querría. Nada que pueda hacer frente a titulares del estilo: “Pierda 10 kilos en dos semanas”.
Y quien habla de bajar peso, habla de sentirse mejor, parecer más joven o de que no se caiga el pelo.
Da igual que se advierta de que la biotina, que es el principio activo del champú capaz presuntamente de conseguir melenas tan espectaculares como las crines de un purasangre, no es eficaz en un uso tópico. Los productos milagro siempre han existido pero el efecto amplificador de Internet los propaga más rápido y a mucha más gente. Es el efecto “bola de nieve”.
Las terapias fraudulentas, se aprovechan de gente que se siente en un callejón sin salida y de gente que demanda más (cuando se les informa, no les parece suficiente). Si la medicación convencional no les ofrece lo que quieren, buscan alternativas milagrosas.
(*) Farmacéutica