INÉS ROIG (*)
Los protectores solares son el salvavidas de nuestra piel. Gracias a ellos, no solo evitamos las quemaduras y el envejecimiento prematuro, sino posibles alteraciones del sistema inmunitario y, lo más importante, ciertos tipos de canceres cutáneos. Eso sí, para que sean efectivos y actúen como escudo frente a todos esos riesgos, hay que saber escogerlos y usarlos bien.
De entrada es importante recordar dos factores claves: El fototipo de nuestra piel y el índice de radiación ultravioleta en el momento de la exposición al sol. El fototipo de cada uno (se dividen en seis grupos) va determinado por la resistencia de la piel a la luz solar. Mientras las pieles más claras (fototipo I) siempre son más frágiles, las negras (fototipo 6) están más protegidas de forma natural. Esto se debe a que cuentan con más melanina, que da color a la piel además de actuar como mecanismo de defensa al sol.
El índice de radiación UV, por su parte, aumenta en verano y en las horas centrales del día. Además, la arena y el agua o la hierba reflejan las radiaciones haciendo que se sumen sus efectos al incidir directamente sobre la piel.
Lo primero de lo que hay que asegurarse en el momento de comprar un fotoprotector es que se trate de un producto de amplio espectro, que nos defienda tanto de la radiación UVB como de la UVA. Los rayos UVA también son dañinos para la piel a pesar de no ser los responsables directos de la quemadura solar (causada por la radiación UVB). Además de provocar el envejecimiento prematuro de la piel, es imprescindible la protección frente a los rayos UVA porque también contribuyen al riesgo de cáncer cutáneo.
La protección frente a la radiación UVB viene determinada por el factor de protección solar FPS, e indica el número de veces que el fotoprotector aumenta la capacidad de defensa natural de la piel frente al enrojecimiento previo a la quemadura. Con un fotoprotector de FPS 20 alcanzamos cifras de bloqueo del 94% aproximadamente, que se incrementan hasta un 98% con un FPS 50. Los fotoprotectores con cualquier valor superior a un 50, se etiquetan con FPS 50+, ya que no representan una diferencia significativa respecto al porcentaje de bloqueo frente a los UVB.
A diferencia de los rayos UVB, en el caso de la radiación UVA no hay un método tan estandarizado para determinar el grado de protección que ofrece cada producto. No obstante, se aconseja que esta protección represente al menos una tercera parte del FPS.
Investigaciones recientes han puesto de manifiesto que la radiación infrarroja, IR-A, también es capaz de producir envejecimiento cutáneo, además de quemaduras en los ojos y cataratas prematuras.
El protector solar es eficaz gracias a que en su composición cuenta con diferentes filtros solares que reflejan la radiación (físicos), la absorben (químicos) o bien reparan daños (orgánicos o biológicos).
Los filtros químicos no están tan aconsejados en los niños, ya que al absorberse en la piel, tienen más riesgo de alergia, igual que pasa con las pieles intolerantes. En estos casos, hay que optar por los físicos, cuyo inconveniente es que son menos cosméticos al dejar una capa blanquecina sobre la piel.
A pesar de todo esto, los fotoprotectores nunca deben usarse para aumentar el tiempo de permanencia bajo el sol. Los filtros son una ayuda, no una excusa para perseguir un bronceado con poca insolación. Aumentar el periodo de exposición para ponernos morenos, conlleva un aumento de tiempo de radiación, que perjudica a la biología celular y tiene consecuencias a largo plazo.
Acertar en la elección dependerá pues, de muchos factores y para ello es importante saber interpretar la información que nos da el envase: FPS, protección UVA, nivel de protección, resistencia al agua y textura. Además, también debe aparecer la lista de ingredientes, las indicaciones de uso, la duración tras la apertura y las advertencias o precauciones.
(*) Farmacéutica