Desde las primeras herramientas el hombre (genérico de la raza humana sin machismos) buscó en ellas facilitar su vida.
Poco a poco, año tras año el avance tecnológico fue invadiendo la vida de los humanos quitándole mucho trabajo, nunca mejor dicho ya que reemplazó a muchos puestos de trabajo, otorgándole un cierto confort cada vez más logrado, hasta el punto de formar a verdaderos inútiles, vagos e ignorantes.
Las nuevas tecnologías van más allá de la comodidad, ya no se trata de un vehículo que nos ahorre el caminar cargados de pesadas bolsas o de no mojarnos o de comunicarnos a tiempo real con la familia que antes necesitaba dos semanas de carta de ida y otras dos para la respuesta.
Hoy en una mesa de restaurante, y hasta en la de casa, una familia come o cena mientras teclea en su móvil mensajes o revisa qué tiempo hará mañana y, si me apuran, le manda un wathsaap a la abuela para que salga del cuarto de baño que la comida ya está servida.
Ya no sabemos, si es que laguna vez lo hemos sabido, cuánto es nueve por nueve, para eso está la calculadora que todos llevamos en el móvil, tampoco nos preocupa cómo llegar a una nueva dirección, el móvil nos guiará con voz de chica casi humana hasta la mismísima puerta.
Ya no recibimos al amigo del alma que se pasó por casa o el trabajo para invitarnos a una caña, ya no hay sorpresas, la alegría de lo inesperado se ha consumido en la batería de un móvil.
Ya no tenemos tiempo, ese tiempo de dar un paseo hasta la casa de la tía, hoy vamos controlando pulsaciones o de cero a cien en ocho segundos.
Lo bueno, parece obvio, pero lo malo es que se está perdiendo lo bueno y ya muchos de las nuevas generaciones se lo han perdido.
Ya no hay tiempo que perder, se va corriendo a todas partes, todo es a alta velocidad, mirando la pantalla y dándole al teclado, a nuestro alrededor pasa la vida mientras esperamos a que pase algo, eso sí, sin tiempo que perder.