Cierta vez conocí a un empresario de la costa mediterránea que estaba en la ruina porque había perdido a su mayor cliente y poco a poco al resto.
Su situación era realmente desesperante y desesperada, le pregunté por qué no vendía un barco que tenía, con el dinero conseguido de la venta podría reponerse por una buena temporada además de tapar enormes agujeros económicos que no le dejaban dormir.
Su respuesta fue que no podía vender el barco porque era lo único que le unía a sus clientes como para mantenerse a su altura y estatus.
¿Qué clientes?, ¿esos que al perderlos le llevaron a la ruina?
Pues así está Dénia.
Una ciudadela de quiero y no puedo que se preocupa por unas menciones a la gastronomía, como si eso ayudara a recuperar al turismo de dinero que antes nos visitaba.
Quede claro que Dénia siempre fue la segundona de Jávea y que a años luz estuvo Moraira donde aún se conserva un turismo de poder económico muy superior al de estas otras.
La semana pasada tuve que visitar Benidorm por una horas, qué listos son por allí.
Gente más hortera… creo que imposible, pero eso sí, a borbotones, atascos de gente en las aceras y comercios, calcetines a media hasta con zapatos de vestir y bañador, reloj de marca desconocida pero de oro del bueno, ahí, dejándose la pasta en ese arroz con pollo al que llaman paella y contentos que se van, tanto que vuelven.
Benidorm es una ciudad horrible, pero es Las Vegas o Miami de nuestras costas, allí van quienes ahorran todo el año para visitar el mar en cualquier otra época, jubilados y guiris que no vienen a Dénia porque es caro… ¿caro? Si no hay nada que vender.
O séase, alguien se está equivocando en cómo y qué marca Dénia promociona, errando la puntería en el público objetivo y provocando la ruina, pero eso sí…con glamour. ¿Qué?