Cosas de la mar de Xàbia (I)

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La mar, esa gran desconocida para muchos de tierra adentro y no tan adentro, va a ser objeto de algunos artículos para acercarla o acercarnos a ella. Son muchas las cosas que desconocemos de ella, de los hombres que dedican su tiempo y actividad a ella. Una vez escribí sobre la psicología del pescador frente a la del hombre del agro y me refirmo en lo que entonces manifesté.

Hace poco hablaba con un pescador y me decía que frente al hombre del agro, el de la mar tiene otras expectativas. Si una tormenta viene o se presenta, la cosecha se pierde y entonces hay que esperar al año próximo para tener otra cosecha; pero el hombre de la mar, si un día no pesca nada, no tiene que esperar un año porque al día siguiente puede tener una pesca abundante. Esa es la clave que proporciona una distinta psicología a la personalidad del marinero y por ello su optimismo es más duradero.

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Para estos artículos hemos recabado información de personas vinculadas a la mar. Mi idea es dar a conocer cosas que los de tierra adentro no sabemos o no nos damos cuenta, aunque vivamos junto a la Mar Mediterránea. ¿Vive Xàbia de espaldas al mar? ¿Se da cuenta Xàbia de la riqueza que atesora teniendo este mar?

Xàbia es una villa privilegiada por su clima, por su situación y por su paisaje. Pero el casco antiguo elevado sobre una meseta y a una distancia de la costa, parece ensimismarse y mirarse a sí mismo sin darse cuenta de su entorno. En Xàbia se sabe mucho de tierras, de labores de cultivo, de tiempos de labranza…, que hasta la llegada de la crisis se habían sustituido por labores de albañilería, construcción, servicios. Pero Xàbia (sus habitantes) saben poco del mar, al menos eso deduzco cuando hablo con unos o con otros, de sus gentes, de sus problemas.

No se si a la gente del mar le pasa lo mismo con los de tierra adentro. Alguna vez tendrá que hacerse un trabajo similar para explicar a los de la mar cómo vive el labrador o el que ahora tiene inmuebles, el comerciante o el hostelero… pero creo que eso es más fácil de ver y de conocer. Entre otras cosas porque el de la villa, por diferenciar de alguna forma, lo exterioriza con facilidad, mientras el marinero, el pescador, lo vive para sí.

Las cosas que contaré tienen como lugar común el espejo del agua que hay entre las dos escolleras y luego por extensión la mar extensa, intensa, de cambiantes tonalidades del azul al verde, calmada o enfurecida, soleada o fría, profunda… Pero también cobra vida el puerto con ese espejo que he citado, sus gentes y sus embarcaciones, su ir y venir por el muelle, los periodos de trabajo o los de parada biológica. Las llegadas de las embarcaciones marineras y también, aunque al otro lado, las de náutica deportiva circunscritas al Club Náutico.

Todo esto es vida. No se si lograré mi objetivo de acercar las gentes y las cosas de la mar a la gente de tierra adentro, pero al menos alguno podrá reflexionar. Un kilo de sardinas en el mercado no es sólo un kilo de un producto del mar sino un trozo amoroso de ese mar que ama al hombre y del esfuerzo del hombre que lucha por obtener esa joya plateada marinera. La sardina que fue manjar del pobre, la humilde sardina, tiene detrás un esfuerzo que hemos de reconocer. Pero también lo tiene el mero o la cigala, el calamar o la caballa o tantas especies como vemos en el mostrador del centro comercial o de la pescadería y no nos percatamos, al ver esas especies apiñadas o expuestas de forma cuidada y con una imagen atractiva para que ‘piquemos’ y las compremos, del trabajo que ha tenido su pesca. Porque el hombre, como el pez, también pica el anzuelo que le ponen los demás utilizando técnicas de marketing o incluso subliminales. ¿Quién no se ha sentido alguna vez un pez?

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