El fin de semana pasado estuve en el mercadillo del sábado en El Vergel, tengo algunas fotos que si las muestro diciendo que son de Túnez, nadie lo dudaría.
Un hermoso páramo habitado por tenderetes decadentes, casi miserables donde se exponían cosas que claramente eran sacadas del desván «a ver si nos dan algo por ellas».
Igualito que en Túnez…¡O Bolivia! Sin ir más lejos.
Cuatro o veinte tenderetes, no muchos más, pero en esa escasa totalidad… DOS, eran peluquerías ambulantes, las dos dirigidas por extranjeros sudamericanos con ayudante incluida, obviamente de aquellas tierras.
Fue como viajar el extranjero sin pasaporte ni aeropuertos, lindísimo y muy cómodo.
La tarde del miércoles, mientras escribía estas líneas, fui sorprendido por el viejo sonido «del afilador» aquél que soplaba una flauta de varios canutillos emitiendo una peculiar melodía común a todos los afiladores de la Tierra.
Me sentí trasladado al pasado, casi podía notar en mis posaderas las rodillas de mi abuelo, fue muy emotivo.
Era un joven también extranjero del sur, ya sea África o Sudamérica, realmente a la distancia desde mi terraza no pude definirlo, pero nórdico no era, ni rubio ni de ojos azules.
Haciendo derroche de alta tecnología, el joven conducía un viejo pero cuidado 405 de los ochenta con un altavoz en el techo por el que emitía una grabación en la que después de la «sintonía» de la flauta, una voz anunciaba sus servicios de afilador con todo detalle de opciones.
Me recordó a mis años de juventud en Asunción del Paraguay, otra vez un cuadro muy emotivo, casi lloro.
A estas dos «imágenes» quiero añadir que en las cercanías de Millares, pueblo cercano al Júcar pasando por la Sierra de Enguera, hay unas huellas de dinosaurio (nada que se parezca a lo que uno se imagina) que están muy facilitas de ver, ni un sólo obstáculo entre el público y las huellas, se las puede pisar, guarrear a gusto, incluso deteriorar sin alma ni conciencia, el consumidor manda.
Se ve que no tienen presupuesto para pagar un salario a alguien que visite aquello, lo barra un poco, que con un par de alambradas bajas ya la gente no pisaría la huellas, ni se deteriorarían por la erosión de piedras y la tierra que las está haciendo desaparecer en los pocos años que tienen desde su descubrimiento.
Todo un sitio donde practicar vandalismo de altura, hay que ver para qué necesitamos unas huellas con catorce mil o catorce millones de miles de años de un bicho que ya no existe… menuda tontería.
Nos estamos pareciendo cada vez más a esos bellísimos países del sur, Sudamérica y África del Norte, esa que empieza en los Pirineos sin muchas más dudas… otra vez estamos recuperando posiciones de antaño cuando nuestros cerebros se iban al extranjero y los extranjeros nos veían sin cerebros… (hummm, qué mal sonó eso ¿no?).