Por muchos días que pasen, no deja de venir a mi mente la imagen del pequeño Alan Kurdi ahogado en esa maldita playa de Turquía. Me da por pensar en nuestra existencia en este mundo de locos. Parece ser que los periódicos, la mal llamada caja tonta (es más acertado denominarla como la caja que atonta) y las redes sociales tienen que sacar en primera plana una brutal imagen para que nos avergoncemos del mundo en el que vivimos, de la deriva caótica del ser humano.
Lo que no nos damos cuenta y nos cuesta señalar, mientras dormimos en nuestra burbuja de color carmín, es que este drama lleva sucediendo en nuestras playas desde hace mucho tiempo. Me dirán: «Error. Esa gente no era refugiada».
Miren, hemos sido los primeros en maltratar, humillar y aceptar con resignación y pasotismo las sucesivas faltas de nuestro Estado a los derechos humanos. Los disparos contra inmigrantes que pedían auxilio en aguas ceutíes o la instalación de concertinas en nuestras fronteras conforman una prueba reciente de ello ¿O es que es diferente el trato que se les debe dar a los inmigrantes que son vejados y golpeados en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE)? ¿Acaso los sinpapeles que llegan por el sur y son devueltos en caliente no vienen huyendo de persecuciones ideológicas, matanzas religiosas o la falta de recursos provocada por el establecimiento interesado de dictaduras por parte de Occidente?
Claro, una diferencia es evidente: tanto EEUU como la UE no tienen interés en legitimar una intervención militar en estos países, mientras la de Siria ya está debatida, planeada y es de inminente ejecución.
Aún así, aplaudo con entusiasmo la solidaridad demostrada por la sociedad española, que ha sido capaz de establecer, entre otras medidas de urgencia, la creación de una red de ciudades-refugio entre las que parece ser que estará Dénia. Bien hecho. Ojalá hubiera llegado muchos años antes esta red, así como el reconocimiento de que Europa y los europeos en su conjunto somos parte principal implicada en el problema de los refugiados y exiliados. Quizás seamos la parte sin la cual no existiría el problema. Y es que el problema no es que vengan. Vienen huyendo del problema. Y ese problema debe ser solucionado.
(*) Periodista.