El inmovilismo del Partido Popular respecto al soberanismo catalán y sus reiteradas y bárbaras salidas de tono, con frases propias de un autoritarismo imperialista exacerbado, conforman la mayor fábrica de independentistas catalanes en nuestro país. Dice el «moderado» Albiol que «la broma ya se ha acabado», mientras sus compañeros amenazan con utilizar su mayoría absoluta para imponer, Tribunal Constitucional mediante, multas coercitivas para todo aquel o aquella que intente desafiar el majestuoso y perenne orden supremo vigente. Sin embargo, no se dan cuenta que quizás la broma se les acabe a ellos mismos el próximo mes de septiembre. Será un momento de lamentos por no haber sabido reconducir la situación. Un total fracaso de aquellos que dicen no desear la marcha de Cataluña.
O quizás Cataluña ya se haya ido. Porque, como bien apuntó el maestro de maestros Iñaki Gabilondo, mientras se estructuran mecanismos para evitar a toda costa la independencia jurídica, a nivel social Cataluña ya es un ente propio. No sé en qué estarían pensando los populares cuando abordaron la situación desde sus inicios como una lucha de poder, como un juego de tronos. Con ello, han hecho más férreo aún el sentimiento separatista. Y es que, si yo fuera catalán, no sé si quisiera independizarme de España. Pero si la imagen que me lanzan desde Madrid es la de este tipo de bandas de energúmenos ladrando las consignas más rancias del inmovilismo centralista, proyectaría un «SÍ» de pecho que resonaría más allá de las fronteras pirenaicas.
El quid cuestión radica en hallar un marco político, económico y territorial que asiente las bases para una convivencia cooperante y solidaria con el resto de comunidades autónomas. Para ello, será necesario abrir el melón constitucional, sí. Será un reto mucho más saludable para nuestra democracia que el de la utilización gubernamental de la Fiscalía y el Constitucional para satisfacer las aspiraciones de las bases más extremistas del PP. No se trata de resetear, sino de actualizar y adaptar nuestra elogiada Carta Magna a los nuevos tiempos, las nuevas necesidades, los nuevos sentimientos. Solo, de esa manera, esta «unión imperturbable», cabe recordar que exigida en sobre cerrado por los militares en 1978, podrá hacerse efectiva, reconvertida en alianzas federales.
De lo contrario, la voz de las calles catalanas seguirá adquiriendo matices de un odio profundo hacia los símbolos e instituciones españolas, mientras los corruptos de aquí y de allá aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid (y el Ebro por Tortosa) para disfrazarse de libertadores o de defensores a ultranza del orden Constitucional. Las estrategias políticas del Partido Popular de cara a noviembre y de la lista unitaria de Convergència de cara a septiembre así lo reflejan. Se hace necesaria una alternativa sopesada, moderada y masiva frente a ambos paradigmas. Y ésta solo puede venir de la mano de PSOE y Podemos.
(*) Periodista.