Hablaba distendidamente con un pequeño empresario sobre las medidas tomadas por el gobierno sobre las relaciones laborales. Me decía que ningún pequeño empresario quiere despedir a sus trabajadores y lo argumentaba diciendo que esos trabajadores son una parte importante de la empresa y que sin ellos no podría funcionar. Se quejaba amargamente de que a las pequeñas empresas lo que las está hundiendo es el «recorte» de los créditos, esos créditos que no hace tanto tiempo le ofrecían las mismas entidades bancarias, incitándole a pedir un préstamo, en el que podía incluir la reforma de la casa, un coche nuevo y hasta un viaje con billete de vuelta, que visto como están los cruceros…
Ahora lo que más cuesta es refinanciar un crédito o tener dinero contante y sonante para poder pagar con él a los proveedores, ya que sin suministros no puede seguir su actividad. Sus lamentos crecían de tono cuando hablaba de la deuda de las administraciones, que ni pagaban ni se les esperaba, aunque parece que ahora se les recomienda a las empresas reducir el importe de la factura para poder cobrar ¿antes?, lo que quiere decir o que las facturas estaban hinchadas o que visto que el agua ya está mucho más arriba del cuello le tiran al náufrago un corcho para que al menos no se hunda.
No era muy optimista en que la pequeña empresa pudiese crear empleo con las medidas adoptadas. Decía (soy un mero transcriptor) que otra forma de crear empleo es pagar mejor a los trabajadores, darles una estabilidad en el empleo, aunque pudiendo despedir a los que no cumplan con su trabajo. De esta forma la ciudadanía tendría más dinero para pagar no solo lo básico, sino algún pequeño dispendio, capricho o necesidad menos urgente. La reactivación del comercio es fundamental y sin trabajo y sin dinero, eso es impensable. El empresario no había hecho un master de Economía en ninguna universidad americana, ni falta.
Se llevaba las manos a la cabeza cuando me contaba lo que ha «perdido» algún banquero, que solo ha ganado un 15% más que el año pasado, lo que le suponía una «pérdida». Esa depreciación de su capital es muy de lamentar, porque sin ese dinero no ganado no podrá irse de crucero, no ya en uno de esos barcos que se enganchan con el primer arrecife que se encuentran o que se les incendian los motores en pleno océano, no, en esos cruceros ¡ni hablar!, que para eso tiene un barquito de unas cuantas toneladas con el que puede dar la vuelta al mundo. Y los demás, con el agua al cuello…