Valencia, el cap i casal, está que arde y no precisamente por que uno de sus eventos, en especial esa gran fiesta que son las fallas haya invadido las calles, o se haya cortado el tráfico en centenares de ellas o se haya cerrado el puerto para que la Fórmula 1 o el America’s Cup puedan celebrarse. No ha sido por ninguno de estas fiestas, algunas tan «populares», como las mencionadas en las últimas líneas.
Las que han producido los cortes de tráfico, los atascos, la paralización de las calles del centro de la ciudad, donde se encuentran los mejores comercios, que se quejaban de haber vendido menos con estas algaradas. A lo mejor, estos comerciantes no se han enterado de que estamos a finales de un mes en el que hay más parados que nunca y que no hay dinero para pagar no digo las hipotecas, sino para llegar a fin de mes.
El motivo de que la calle se haya calentado dicen que es por culpa del alumnado de un céntrico y emblemático Instituto de enseñanza secundaria, el «Luis Vives», en donde han estudiado muchos personajes distinguidos en cualquier campo de la ciencia, de las artes, de la política … Ese alumnado dice que ha estado pasando frío, aunque en la calle Xátiva, donde está emplazado el edificio no ha hecho frío, lo que se dice frío, o al menos tanto como para reclamar que se encendiera la calefacción, porque debían saber que no hay dinero, al menos para el mantenimiento de los centros escolares, pues hay muchas facturas pendientes y contratos multimillonarios que pagar. Si tienen frío que se queden en sus casas o, ya puestos, que se lleven de casa un brasero como se hacía en los años 40 ó 50 del siglo XX.
El alumnado, mal aconsejado por izquierdistas radicales, ocupa la calle y como está vez no viene nadie extranjero al que vitorear, la fuerza pública recibe presuntamente la orden de despejar las calles. El alumnado, entrenado como está en la «kale barraca», se lía a palos con los «indefensos antidisturbios», y luego, entre ellos mismos, para poder calentar más el cotarro con la excusa de las agresiones que dicen haber sufrido por parte de la fuerza pública. No hay más que ver las caras de los que pasaban por allí, aplaudiendo a los que les atizaban, agradeciendo que lo hicieran para calentarlos.
Uno, que ya es mayor, se acuerda de la primera manifestación, ilegal por supuesto, allá por los años 60, en los que al solo anuncio que venían los «grises», todavía estamos corriendo, perseguidos por los antidisturbios a caballo. Una mínima mención en los periódicos de la época, en la que se acusaba a elementos subversivos, infiltrados en las aulas y que incitaban al odio, la confrontación y la alteración del orden público. También se decía que los infiltrados habían agredido a la fuerza. «Nihil novo sub sole, al parecer». O quizá estemos en plena marcha atrás.