En tiempo de nuestros antepasados, los que tenían dinero como doblones o piezas de a ocho, lo guardaban en bolsas, que luego ocultaban debajo de los ladrillos de la habitación más recóndita de la casa, o en los colchones, que en aquellos tiempos los de los ricos eran de lana. Para las grandes transacciones, para recibir o hacer un pago importante, había personas que recibían el dinero en un sitio y sin mover ese dinero, mandaban un recado con el sello cerrado con lacre y los receptores en otro lugar, a veces muy alejado del origen, resarcían o cobraban al acreedor o al deudor. Así surgió la banca, que acumulaba el dinero de todos los que lo tenían como nobles y reyes. Todos éstos necesitaban a los banqueros para costear sus guerras, sus descubrimientos, sus magnas obras, sus fastuosos eventos, sus negocios.
Han pasado los siglos y las cosas no han cambiado, antes bien el poder de los que acumulan el dinero en sus cajas fuertes se ha fortalecido, al tiempo que el poder de los magnates que mangonean la política está cada vez más supeditado a los que manejan el dinero, pongamos que se llaman bancos, pongamos que hablamos de los «mercados».
La aparición de otra clase social, la que procedía de la acumulación de riqueza procedente de los grandes terratenientes, pero sobre todo de los comerciantes, o los artesanos de artículos de lujo, los burgueses, engordó aún más a los banqueros, que prestaban su dinero para subvencionar a esa burguesía a ampliar sus negocios, sus fábricas, poner en funcionamiento nuevas técnicas de cultivo. Al final, el poseedor del dinero se llevaba la mejor parte del negocio de esta clase social, como antes se había enriquecido, aún más si cabe, con los préstamos que hacía a la clase noble.
Cada cierto tiempo, los banqueros hacían caja y los que tenían deudas con ellos se las veían y se las deseaban para poder devolverles el capital y los intereses generados por su deuda. Para poder pagar, se aumentaban los impuestos a las clases más débiles, dejándoles solo lo imprescindible para subsistir o ni eso. Una consecuencia de esa situación, cuando ya se había sobrepasado el límite de lo soportable por la mayoría de la sociedad, surgía una guerra, una revolución y de ellas, la persecución de los banqueros, a los que la nueva clase dirigente, que lideraba esos conflictos, encarcelaba, torturaba, ejecutaba, confiscándoles todos sus bienes y riquezas a los que consideraba que eran los promotores y, sobre todo, beneficiarios de la situación.
Después de un tiempo, los nuevos mandamases se enriquecían, precisando para su enriquecimiento de nuevos banqueros por lo que al cabo de un tiempo, la rueda volvía a su lugar de origen y vuelta a empezar.
Les pregunto a los lectores: ¿Les suena esto? ¿No es un proceso que han vivido o están viviendo? ¿No será que la humanidad, con minúsculas, repite la historia, porque la avaricia, la soberbia, la pereza, la ira, la gula, la lujuria, la envidia están incardinados en su propia esencia? Si quieren saber mi opinión les diré que no, que los pecados capitales no son necesarios, ni tampoco se llevan en los genes. Aunque es muy propio del género humano la falta de un sentido arraigado de la Justicia (con mayúsculas), supliéndola por lo que se llama legalidad, que se suele codificar e impartir por seres humanos y por tanto, proclives a equivocarse, consciente o inconscientemente. Se ha exigido libertad, igualdad, fraternidad, solidaridad, la abolición de las clases sociales, el predominio de una clase social sobre las otras….. Que yo sepa, hasta ahora, nadie ha exigido que haya Justicia.