Esta columna podría terminarse en una sola línea: «La Constitución española dice que el Estado es aconfesional».
Pero, parece ser que seguimos mal informados, mal formados y especialmente muy fanáticos, ávidos de poder, rencores que se reflejan en «ahora verás» o «ya veremos» enmascarados en una colaboración que nadie se cree porque demostrado está, que todo el mundo barre para adentro.
Una cosa es no ir a misa como representante del Estado y otra muy diferente es ir particularmente en representación de uno mismo.
Lo que ocurre es que nuestra sociedad no está preparada para separar a un cargo público de su vida privada, vivimos del cotilleo en busca de la degradación de la imagen del oponente.
Si empezamos así, ya empezamos mal, esto es como un ring de boxeo o un campo de golf, da igual la tendencia ideológica, a un Ayuntamiento se llega a trabajar por la ciudadanía, a dar golpes de palo acertando en el hoyo a la primera o dando un guantazo en toda la cara, según las reglas.
¿Se imaginan en cualquiera de estas dos modalidades a los contrincantes diciéndose «tú puta» «y tú más»?
Eso no hace hoyos ni K.O., eso lo hacen quienes no tienen vocación de trabajo por la ciudadanía sino por ellos mismos, aquellas miserias humanas del ego, «yo lo haré mejor que los otros».
Si con que lo hagan bien, ya será mejor que cualquiera hasta ahora.
Desde la Constitución, el Estado no debería ir ni a misa ni a procesiones de la Iglesia Católica si tampoco va a las de otras religiones protestante, judía, islamista, budista y tantas más que rinden culto a sus creencias en suelo español debidamente autorizados y en buenas relaciones con el Estado.
Para el individuo, la libertad es libre, el Estado es aconfesional.