Desde hace dos meses tengo la necesidad de sufrir el cruce de la calle Diana con Joan Fuster, el de la barrera.
Dos veces al día me encuentro en esa encrucijada sin forma, nombre ni apellido.
Saliendo del centro por Diana, el atasco puede medir doscientos metros antes de llegar a la barrera, otros doscientos si se va por Joan Fuster.
El motivo no es otro que una incoherente rotonda de un metro de diámetro, descentrada y muy mal delimitada por unos tercermundistas mojones de plástico rojo o verde.
Por mucho que busqué en archivos de arquitectura urbanística, no encontré ese vanguardista diseño utilizando material cutre para afear una ya complicada, peligrosa y nada útil rotonda.
Por mucho que lo intenten, no puedo creer que «nadie» que se haya tomado el trabajo de pararse en ese cruce al menos diez minutos en hora punta pudiera pensar que esa barbaridad era una solución seria para la circulación del tráfico rodado en ese punto.
Estoy seguro que la persona que ocupa el cargo que toca a urbanismo, ese día estaba de vacaciones o tal vez, y sólo tal vez, nunca haya pasado por esa esquina.
Lo que no me creo es que un integrante del magnífico equipo del Ayuntamiento de Dénia, haya aprobado semejante disparate.
Lo más destacable es que precisamente en ese cruce una rotonda no es la solución porque no hay espacio para construirla y mucho menos para que cumpla una función útil aportando fluidez a la circulación, dejando como resultado, todo lo contrario, atascos y peligrosísimos encuentros que invitan a los ya alterados conductores a piques y demostraciones de superioridad según modelo de coche o estatus social que sólo ellos suponen.
Desde estas líneas, invito una vez más al equipo de gobierno a que baje a la calle, no sólo para la foto y las medallas sino para ver con sus propios ojos los problemas que no están bien resueltos y son de facilísima solución.
Recuerden las sabias palabras de alguien que allá por los noventa dijo que «campaña hay que hacer durante los cuatro años de legislatura y no en los tres meses antes de las elecciones».
Hacer las cosas bien, cuidar que los ciudadanos estemos contentos con la gestión que les hemos encomendado es la mejor campaña electoral que se puede hacer y una forma más segura de volver a ser contratados por el pueblo al servicio del pueblo.
Antes, cuando la «burbuja (también) política», las cosas eran más fáciles, hoy los ciudadanos estamos hartos, la cosa está muy tensa en la calle, miramos con lupa en qué nos gastamos el poco dinero que nos queda.