Verónica Monsonís (*)
En muchas ocasiones la manera de escuchar a los demás, y especialmente a los niños, acaba por dar un consejo o una solución a lo que se nos plantea.
Para escuchar al otro, y en especial al niño, es imprescindible fijarnos en los sentimientos que se encuentran detrás de las palabras que nos expresan. Podemos ver una relación clara entre la manera en la que se comporta un niño, y cómo se siente; cuando un niño se siente bien, se comporta bien.
Por eso es fundamental que los padres aceptemos los sentimientos de nuestros hijos. Debemos tener en cuenta que los sentimientos forman parte de nosotros mismos; no se pueden suprimir, ignorar o dejarse de lado. Los padres sin darnos cuenta no escuchamos, sino que negamos o traducimos sus sentimientos.
Cuando una persona comparte sus emociones, no busca juicios, ni razones, ni lógica o consejos. En nuestra educación, nos han trasmitido que los sentimientos negativos no debemos tenerlos… Sin embargo, lo que deberían enseñarnos es la manera de liberarnos de manera sana de ellos.
Es importante tener en cuenta que la forma más adecuada de sacar esas emociones negativas, es expresarlas, pues de esta manera pierden su poder destructor, y descargan energía emocional. Si pensamos en algunas situaciones que nosotros mismos hemos vivido, nos daremos cuenta de que nunca explotamos, sin que hayamos acumulado ciertas tensiones en nuestro interior. Igual les pasa a los niños. Por ello, al escuchar con empatía, es decir, poniéndonos en su lugar, y aceptar los sentimientos que nos muestran los niños, les estamos dando, de una manera sana, válvulas de escape que previenen comportamientos inadecuados.
La clave pasa por ponernos en la piel de nuestro hijo y pensar cómo nos sentiríamos si fuéramos el niño y estuviéramos agobiados por los deberes, inquietos por situaciones como el sexo, el tabaco, el amor, etc, y quisiéramos comunicar esas inquietudes al adulto más importante de nuestra vida.
Tienes que entender que, aunque sea tu hijo, es un ser independiente y puede sentir cosas diferentes a lo que sientes tú. Si aceptas esto, serás capaz de entenderle y de escucharle sin emitir ningún juicio de valor, y por lo tanto el niño se sentirá aceptado, querido y comprendido, facilitando así la comunicación y la expresión de todo aquello que piensa y siente.