¿Por qué no comemos bien?

INÉS ROIG (*)

Estamos en un país de tradición mediterránea, hay más información que nunca sobre temas dietéticos y en teoría todos o casi todos sabemos lo que hay que hacer para comer bien. Sin embargo, nuestra dieta no es tan sana como cabría esperar. ¿Qué es lo que falla?
 La falta de planificación. Uno de los enemigos de la buena alimentación es sin duda la falta de tiempo. Todo el mundo sabe que una dieta equilibrada es entre otras cosas una dieta variada pero no se dedica ni siquiera unos minutos a pensar qué menús se seguirán durante la semana, de manera que acabará reinando la improvisación. El menú es repetitivo y el pescado o las legumbres no aparecen nunca y las frutas solo están presentes en forma de zumo envasado.
 Compra poco inteligente. La falta de planificación acaba provocando una compra que deja mucho que desear. Y claro, comemos lo que tenemos en casa, no lo que deberíamos comer. A ello se añade que compramos con poca frecuencia y, cuando lo hacemos, compramos en grandes cantidades. Esto no es problema cuando se trata de arroz o azúcar pero sí es importante en el caso de vegetales frescos. La fruta del día no tiene los mismos nutrientes que la fruta que lleva en la nevera un par de semanas.
 Cocina poco adecuada. Otro punto que influye en la calidad de nuestra dieta es como manipulamos y como cocinamos los alimentos. Las cocciones excesivas o la descongelación inadecuada son solo dos de los fallos habituales a la hora de manipular los alimentos. La comida precocinada, es evidente que en general tiene más condimentación, más sodio, más grasas y más energía que la comida hecha en casa.
 La comida fuera de casa. Comer fuera de casa no es tan incompatible con comer bien, pero lo hace un poco más difícil. Los restaurantes no siempre tienen un menú con la calidad dietética que debería tener. Para poder compensar, habrá que controlar bien en casa la hora de la cena.
 Una razón de peso. En la actualidad persiste una paradoja con la cuestión del peso. Por una parte, hay más sobrepeso que nunca, especialmente entre los niños, pero, por otra, hay también más obsesión que nunca queriendo adelgazar. Las dietas acaban convirtiéndose en una constante crónica y absurda que no hace más que corroborar la imperfección.
 El peso importa y nos condiciona, y, muchas veces es la causa de que se coma mal por diversos motivos. Uno es que se siguen dietas restrictivas sin que la persona en cuestión tenga necesidad de perder peso. Pero además, muchas personas que la necesitan realmente lo hacen sin asesoramiento, de forma inadecuada o sin cambiar de hábitos dietéticos. Esto hace que personas de distinta edad y condición se sometan cada año a pautas alimentarias poco recomendables, con los correspondientes efectos secundarios, sin olvidar además que, en la mayor parte de los casos, el peso perdido se acabará recuperando con el tiempo.
 La tradición familiar. Es en la infancia cuando se instauran los hábitos dietéticos. Lo que hemos comido en esta etapa marcará de forma clara la forma de comer el resto de nuestra vida. Por tanto, no está de más revisar nuestra dieta familiar porque es posible que en ella esté el origen de algunos de nuestros malos hábitos.
 Nuestro propio estado de ánimo. Hay un factor importante que se escapa a todas las teorías respecto a las dietas, que es nuestro propio estado de ánimo y nuestra personalidad. Comer, está influenciado por nuestra forma de ser. Así pues, de nada servirá tener los mejores deseos de perder kilos que sobran si tenemos una dosis excesiva de ansiedad o un estado de ánimo bajo. Si la comida acaba siendo el mecanismo de compensación de otros problemas difícilmente podremos controlar lo que comemos y sobre todo cuanto comemos. Es justamente por ello que muchas veces el principal enemigo de comer bien somos nosotros mismos.

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 (*) Farmacéutica

 

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