Varios descendientes de los vendedores del antiguo mercado de la Glorieta regentan todavía un puesto de venta
Decía un conocido tango que 20 años no es nada. Ahora bien 70, que son los que cumple el Mercat de Dénia, es una cifra respetable. En plena madurez, el mercado municipal vive tiempos de adaptación a un ritmo de vida que lo obliga a buscar nuevas estrategias para continuar siendo el alma del comercio local y un polo de atracción para residentes y visitantes. Discutidas decisiones, reformas, guiños a las nuevas tecnologías, cambios en la oferta… Poco tiene que ver la imagen que ahora ofrece con la de aquel local que quedaba oficialmente inaugurado el 31 de mayo de 1955. Al menos, la interior. Porque la exterior es muy semejante. En la entrada por Magallanes, sobre la puerta, conserva incluso el antiguo escudo de Dénia. Por si no se han dado cuenta, fíjense en la corona mural de la parte superior, más propia de tiempos de la República que de la dictadura, cuando el edificio fue construido. Un detalle que quizás, quién sabe, se les debió pasar a las autoridades de la época.

Quienes llevan muchos años haciendo latir el corazón del Mercat Municipal de Dénia desde los puestos de venta hablan con añoranza de otros tiempos. Montse Cabot Pajarón visualiza la fuente que hubo en medio, que proveía de agua a los vendedores para limpiar el material y los instrumentos de trabajo. Es descendiente de una de las familias que regentó uno de los puestos de ‘la plaça’, el antiguo mercado municipal situado en la Glorieta del País Valencià. Al frente estuvo su abuelo Salvador y su hijo Jaime, el padre de Montse, heredó el oficio de carnicero. En la Carnisseria Noy creció ella. De pequeña, subida a una caja porque no llegaba hasta el mostrador, ayudaba al padre a preparar hamburguesas y otras elaboraciones. Recuerda que en su casa se criaban conejos y que el jueves era el día elegido para sacrificarlos: llegaba el fin de semana y el volumen de ventas se incrementaba, había que estar preparados.

El mostrador de mármol
Como Montse, José Luis Pérez Peiró habla del viejo mostrador de mármol que durante años lucieron los puestos y que, en los ochenta, fue sustituido por las modernas vitrinas frigoríficas. También la suya es una familia ‘del mercat’ de las de toda la vida. Su padre, Juanito ‘el carnisser’, como se le conocía popularmente, tuvo puesto en la Glorieta. El mercado de ahora, cuenta, “nada tiene que ver con el de antes, cuando los carniceros se levantaban a las dos de la mañana para matar a los pollos y los conejos y tenerlo todo listo a la hora de abrir”. Quien no los criaba en casa, los compraba a otros vecinos del pueblo. Los terneros, ovejas y cerdos se llevaban al matadero y, lógicamente, los pedidos no se atendían con la misma rapidez que ahora.
José Luis y su hermano Juan Andrés, el mayor, han vivido muchos cambios. Cita por ejemplo los relativos a la normativa de seguridad alimentaria, trazabilidad o control de la cadena del frío. También los relacionados con el modo de hacer las compras. Muchos pedidos se hacen ahora por WhatsApp o por correo electrónico, funciona un servicio de reparto a domicilio y, desde hace poco, también las taquillas frigoríficas. “La gente que trabaja y no puede recoger el pedido antes de las tres, paga por bizum y lo recoge más tarde en la taquilla”, explica. Facilidades todas para que comprar en el mercado sea atractivo.
Los comerciantes se han enfrentado siempre a retos que les han obligado a hacer cambios y a adaptarse a los nuevos tiempos
A diferencia de lo que ocurre con la carnicería de Montse, la Carnicería Juanito tiene la continuidad asegurada con Daniel Pérez Pisa. No habrá continuidad sin embargo en el caso de Maite Ivars Buigues. Su padre, Vicente Ivars ‘el panxano’, fue otro de los carniceros que trasladaron su puesto desde la Glorieta en 1955. “Yo no quise estudiar y, como castigo, mi padre me puso a cortar carne”, cuenta. Pero le gustó y, aunque sus hermanos trabajaron también en la carnicería, ha sido ella quien se ha quedado al frente del negocio. Recuerda el frío que se pasaba antes en invierno -“no había puertas, ni ventanas”- y el calor asfixiante del verano -“¡suerte que llegó el aire acondicionado!”-. Es consciente de que los hábitos de los consumidores han cambiado pero, aun así, “hay gente que aprecia la diferencia y valora la calidad y exquisitez del producto que ofrecemos”. No solo los locales, también los turistas que no se limitan a visitar el mercado en verano. Lo hacen también fuera de temporada, “sobre todo los extranjeros”. Pone el ejemplo de unos clientes belgas que viajan en coche y con neveras a bordo. No volverán hasta el 31 de agosto, pero este mismo lunes se llevaron provisiones para un tiempo: embutido, ocho pollos, hamburguesas, pinchos, albóndigas, figatells… “dicen que el olor y el sabor de la carne aquí es distinto”.

Otro carnicero, Jaime Donderis Oliver, coincide con Maite en que la gente que continúa yendo al mercado aprecia la forma de vender, el poder elegir y el trato directo que se le ofrece. Lamenta no obstante que los cambios que ha experimentado la sociedad conviertan el modelo del Mercat Municipal en algo residual. “La gente guisa poco -comenta- y consume barato y cosas que den poco trabajo”. La mayoría “hasta que se pone enferma”, es decir, cuando le ve las orejas al lobo. Sustituye a su padre, Remigio Donderis, en un puesto que abrió apenas unos meses después de la inauguración del mercado, cuando volvió del servicio militar. Al principio vendieron pollos, conejos, gallinas, cerdo y cordero e incorporaron la ternera un poco más tarde. Jaime Donderis Fornés, su abuelo, recorría los pueblos de los alrededores comprando y vendiendo animales y huevos. Su bisabuela Tona vendía huevos en uno de los puestos de la Glorieta y de ahí les viene el apodo de ‘oueros’. Su nieto Remigio la ayudaba de niño y siguió una tradición familiar que Jaime ha continuado durante 46 años. Se crio “pelando pollos y conejos” y asegura que eso del comercio se lleva dentro. Ha visto pasar a ministros, jugadores de fútbol y artistas por los pasillos del mercat, no se cansa de contar anécdotas pero con él, se acabará la relación familiar con el mercado. Guarda buenos y malos recuerdos. Nos quedamos con el de las veces que vio a su padre ayudar a personas que no podían llegar a fin de mes, pero a las que nunca les faltó un trozo de carne que llevarse a la boca.
Para Juansa Bordes Cabot, carnicero jubilado que desciende también de los vendedores de ‘la plaça’, el mercado ha sido su vida. Empezó a trabajar con 12 años en la carnicería de sus padres, Bautista Bordes y Vicenta Cabot. “Trabajaba para mi madre, porque la carnicera era de ella”, que había cogido el testigo de su abuelo, Miguel Cabot, relata. Han pasado muchos años desde entonces y ahora, pese a estar jubilado, sigue visitando el mercado casi a diario. Disfruta hablando de todo lo que ha vivido durante los 61 años que ha estado directamente vinculado a él y presume de un sistema de venta que, a su juicio, es su principal atractivo. “Al cliente le gusta el cara a cara con el vendedor y también el ambiente, que es muy distinto al de un supermercado”, señala. Y cómo no, la calidad. Porque si de algo alardean los vendedores del Mercat Municipal de Dénia es del producto que ofrecen.
Abierto los domingos
Cerca de cincuenta puestos dan vida hoy al Mercat Municipal de Dénia. En los últimos años, han ganado protagonismo los puestos de restauración y venta de productos gourmet. Una tendencia a la que parecen abocados muchos mercados pero que, de momento, se hace compatible con los puestos de venta tradicionales de productos de primera necesidad; algunos, no obstante, los miran con recelo. En el centro, se mantienen los cuatro bares que durante décadas han sido punto de reunión, un lugar donde almorzar y relacionarse, como el mercado en general, hervidero de ideas, debates y rumores.

El proyecto del nuevo mercado procedía de tiempos de la República y su construcción se fue posponiendo por motivos diferentes, entre ellos el estallido de la Guerra Civil. Las obras fueron adjudicadas el 6 de diciembre de 1951 a la empresa domiciliada en Valencia Edificaciones Levante. Su cabeza visible era Francisco Díaz Montón, un promotor-constructor que después levantaría algunos edificios de la ciudad, como la Torrefrandimo, en pleno Marqués de Campo. Señala el investigador y periodista Antoni Reig que la primera subasta de los puestos (febrero de 1955) quedó desierta al no presentarse nadie, algo inimaginable para las autoridades municipales. Las obras costaron 2.114.173 pesetas.
En el libro La Mirada de l’Arxiu, Rosa Seser explica que en abril del mismo año se hizo una nueva subasta de casetas y puestos. Las casetas dobles se subastaron al precio de 10.000 pesetas y las sencillas por 5.000. Hubo además puestos de otros tamaños y precios.
El pleno fijó el horario de apertura, que contemplaba la venta sábados por la tarde e incluso los domingos por la mañana. La razón, explica José Luis Pérez, era muy sencilla. No había neveras ni cámara frigoríficas y se vendía y compraba a diario, la mejor garantía de que los alimentos llegasen en buenas condiciones al hogar.
La normativa aprobada por el pleno exigía que el personal que se dedicaba a la venta, tanto en los puestos como en las casetas, fuese provisto de bata blanca o delantal y manguitos blancos. Así ataviados los adjudicatarios de los puestos, el gobernador civil y las autoridades municipales inauguraban oficialmente el mercado de abastos de Dénia a las 12.30 h. de la mañana del 31 de mayo de 1955.
Un mes después, el 30 de junio de 1955, el pleno adjudicaba los trabajos de desmantelamiento y derribo del viejo mercado de la Glorieta a Manuel Ramis Tent. Los viejos pilares de hierro que sustentaban los cuatro pabellones fueron desmontados, adquiridos y utilizados para la reforma de la plaza de toros de Ondara, tal y como relata el historiador Robert Miralles en una de sus obras.

El mercado de abastos se instaló en la Glorieta hacia 1876, relata la archivera municipal. Allí se trasladó desde la Plaça de la Constitució, lugar que ocupó cuando la Vila Vella del castillo entró en decadencia.