INÉS ROIG (*)
La lactosa es un azúcar presente en la leche de todos los mamíferos. Una sustancia que el organismo debe romper para asimilarla. Hay intolerancia a la lactosa cuando falta en el tracto digestivo la enzima capaz de romperla, de degradarla.
Esta enzima se llama lactasa. Cuando no hay lactasa, o no en cantidad suficiente, la lactosa no se absorbe y aparecen molestias intestinales (flatulencias, vómitos, dolores intestinales…).
Lo normal es que exista un déficit, menos enzima de la necesaria, pero es muy raro que no haya en absoluto. Por eso, una vez detectado el problema, la solución no pasa necesariamente por eliminar por completo los lácteos, sino por ir probando hasta dar con la dosis que no haga daño. Hay que llegar a un equilibrio. Sin olvidar tampoco que la lactosa se encuentra presente en la bollería, en productos elaborados y se utiliza como excipiente en una gran cantidad de fármacos.
La intolerancia dependerá también del animal del que proceda la leche (la de cabra, por ejemplo, contiene menos lactosa que la de vaca). De si la leche es entera o desnatada: en el primer caso la tolerancia es mayor, quizá porque la grasa ralentiza el vaciado gástrico, de manera que la enzima, aunque escasa, tiene tiempo de degradar la lactosa.
A algunas personas les sienta mejor la leche fría que caliente, ya que la temperatura tiene que ver con la actividad enzimática. El grado de rechazo también se relaciona con la hora del día, si identificamos que hay más problemas por la mañana, hay que sustituir la leche del desayuno por un yogur, ya que se ha detectado que aquellos preparados sometidos a fermentación se toleran mejor
Si se restringen los lácteos de la dieta, habrá que compensar su aporte de calcio por otro lado. La mejor forma de hacerlo es con alimentos naturales como las espinacas, garbanzos o pescados como lenguado, o funcionales, como cereales enriquecidos con calcio.
La leche solo es imprescindible en la primera etapa de la vida, así que la producción de lactasa empieza a disminuir a partir de los cuatro años, y los problemas de digestión aumentan conforme uno se hace mayor.
El déficit puede ser primario, determinado por causas genéticas o la edad, o secundario (y en ocasiones transitorio), provocado por el uso y abuso de antibióticos con los que maltratamos nuestro intestino.
Entre un 2% y un 6% de la población es alérgica a las proteínas de la leche de vaca. Son la quinta causa de alergia a alimentos, por detrás de frutas, frutos secos, mariscos y huevos. Los síntomas más comunes son los cutáneos (urticaria y eritema) seguidos de los digestivos (vómitos y diarreas) y problemas respiratorios (rinitis y asma).
En España el índice de intolerancia a la lactosa puede estar en torno al 10% en niños y el 40% en adultos. En el norte de Europa ronda el 5% y en África el 90%. Tal distribución geográfica se deba a una “cierta selección genética”: quienes consumen más leche, han llegado a nuestros días asimilándola mejor.
(*) Farmacéutica