Las galeras, un negocio para el Marqués de Dénia

La escuadra de galeras de Dénia, cuatro embarcaciones armadas por don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, para defender las costas valencianas

Las embarcaciones obtenían privilegios y beneficios fiscales que las hacían aptas para el contrabando

Dénia tuvo su propia escuadra pero solo estuvo operativa durante dos años y medio

En el verano de 1618 se hizo a la mar la escuadra de galeras de Dénia. Eran cuatro embarcaciones armadas por el Marqués de Dénia y Duque de Lerma, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, para defender las costas valencianas. O al menos, eso es lo que le vendió al rey, Felipe III. Por aquel entonces, el hombre más poderoso de su reinado había empezado a caer en desgracia. Eran muchos quienes le acusaban, entre otras cosas, de corrupción. Ese mismo año de 1618 abrazaba el capelo cardenalicio y se retiraba de la vida pública. Con cada vez más enemigos y una pésima reputación, la escuadra de galeras del Duque de Lerma quedaba en entredicho. Sobre ella se ciñó la acusación de haber querido engañar al monarca. Tendría una vida corta. Las galeras no eran ya más que un elemento incómodo, como explicaba el historiador Manuel Lomas el jueves en una conferencia en la Biblioteca de Dénia. La escuadra desaparecería en 1620.

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        Las galeras eran barcos de guerra movidos por remeros. Fueron fundamentales en la política naval de la monarquía hispánica pero tras la batalla de Lepanto (1571) empezaron a perder vigencia en el Mediterráneo y su importancia estratégica fue cada vez menor. En las últimas décadas del siglo XVI, las grandes escuadras de galeras desaparecen y cada vez son más pequeñas. Explicaba Manuel Lomas que en cierto modo quedaron anticuadas y “tenían poco que hacer” frente a los galeones.

        Ahora bien, ¿por qué tuvo tanto interés el Duque de Lerma, entrado ya el siglo XVII, en dotar a Dénia de una escuadra de galeras? ¿Estaban Dénia y su puerto preparados para tener una escuadra de galeras? ¿Podía la ciudad mantenerla?

        Para entender los motivos que llevaron a Francisco Gómez de Sandoval y Rojas a hacer la propuesta al rey conviene saber unas cuantas cosas. Armar galeras había sido un negocio muy próspero y productivo que dio a los genoveses mucho dinero. Juan Andrea Doria y su familia fueron grandes asentistas de galeras e hicieron una gran fortuna alquilándolas al rey a cambio de unos beneficios. Muchos de los palacios que se ven en Génova fueron levantados con el dinero obtenido armando y asentando galeras. Pero, ¿dónde estaba el negocio? ¿En armarlas y dotarlas de personal y de los aparejos necesarios para alquilarlas? Más bien en los beneficios fiscales y privilegios que se obtenían a cambio.

        Las galeras eran “una república independiente en el puerto”, comentaba el historiador de la Universidad de Valencia, “y los soldados eran intocables”. Entre otras cosas gozaban de precios especiales a la hora de comprar productos, no pagaban impuestos y nadie podía revisar su carga. Carniceros y pescadores compraban a las galeras porque era más barato. Esta circunstancia provocaba indignación entre los vendedores oficiales de suministros, como ocurrió en alguna ocasión en Dénia según relató la archivera municipal, Rosa Seser.

        Todo ello favorecía además el contrabando, por lo que ser armador de galeras eran un negocio muy goloso. Para que funcionase bien era importante tejer una estructura de agentes, contactos y valedores que permitiese mantenerla a flote. Y eso es lo que quiso hacer el Duque de Lerma. No le importó que por aquel entonces el papel de las galeras en la defensa no fuese el mismo y estuviesen en declive y que los grandes asentistas estuviesen deshaciéndose de ellas, como hizo también la monarquía hispánica. Si en 1589 la escuadra de galeras de España tenía 25 embarcaciones, en 1599 eran solo 14.

        Francisco de Sandoval y Rojas creyó que en el negocio de las galeras podría obtener beneficio y, antes incluso de ser valido del rey, casó a su hijo mayor con la hija del Adelantado Mayor de Castilla, Martín de Padilla, que Felipe II nombró capitán general de galeras de España y comandante del mar océano para el control de los galeones que comerciaban con las Indias. Un entresijo de enlaces matrimoniales y la colocación de subalternos en puestos de poder permitían aumentar el control y el poder dl Adelantado de Castilla, emparentado tras la boda de su hija con el Marqués de Dénia.

        Explicaba Manuel Lomas que su particular “castillo de naipes” se empezó a desmoronar con la muerte de Martín de Padilla en 1602 y de otros dos personajes que formaban parte de ese entresijo de alianzas con las que contaba para controlar el negocio de las galeras. Pero eso no le frenó. Un año después colocaba a su yerno al mando de las galeras de España para salvar la situación, “en un intento de relevo generacional con peones vinculados a él”.

        Será entre los años 1613 y 1614 cuando decida tomar el mando y armar galeras por su cuenta, “aunque realmente no armó nada porque todo se lo pagó el rey”. Si el proyecto de 1599 que presentó a Felipe III para reformar el puerto no prosperó, sí lo hizo su propuesta de dotar a Dénia de una escuadra de cuatro galeras. Para ello necesitaba esclavos para remar y consiguió que el rey le proporcionase los más experimentados que tenía. La construcción de las galeras tardaría varios años, así que solicitó al monarca la cesión de cuatro embarcaciones de la corona, las más operativas: dos de Nápoles y dos de Sicilia. Y cómo no, velas, jarcias y todo lo que necesitó. Pero ahí no quedó la cosa. Si todas las galeras llevaban junto al pendón real el del capitán general, el rey aceptó que sus galeras solo llevasen el pendón de las armas del Duque de Lerma, que no tuviesen que estar al mando de otros y que el cargo de capitán de las galeras fuese hereditario. Un negocio redondo.

        O casi, porque la caída en desgracia de Gómez de Sandoval y Rojas hizo tuvo como consecuencia que la experiencia de las galeras de Dénia fuese corta. El verano de 1618 se dedicaron al corso y en 1619 salieron a navegar y capturaron a la galera capitana de Argel. Aunque se dijo que no llevaba una gran carga a bordo, se les acusó de quedarse con un botín de 300.000 ducados que no fueron entregados al rey. La sombra de la duda planeó sobre ellas y pronto les llegaría el final. La aventura finalizó en 1620.

        Sobre la presencia de la escuadra de galeras en Dénia, el doctor Manuel Lomas planteó que posiblemente se le estuviese haciendo un flaco favor a una ciudad con unos 1.500 habitantes. Una galera grande llevaba entre 400 y 500 personas a bordo y una de tamaño medio podía llevar unas 300. Había que alimentarlas y gozaban de privilegios que podían suponer, entre otras cosas, competencia desleal para la población. Pasaban buena parte del invierno en el puerto y el pillaje y los robos eran frecuentes. Además, necesitaban suministros de todo tipo, mucha industria, y la ciudad no la tenía. A la larga, precisó, tal vez hubiese sido positivo y hubiese atraído inversión. Pero por lo general, las escuadras tenían la base en puertos grandes de ciudades con mucho comercio.

La conferencia de Manuel Lomas se enmarca en los actos conmemorativos de los 400 años de la muerte del Duque de Lerma, organizados desde el Archivo Municipal. El miércoles 28 de mayo, el profesor Ángel Campos, de la Universidad Autónoma de Madrid, ofrecerá la charla ‘Una ciudad para el rey. El Duque de Lerma y la transformación de Dénia en tiempo de Felipe III’. Será a las 19.30 horas en la Biblioteca Municipal.

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