¿Dónde está el Duque de Lerma?

Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, V Marqués de Dénia, un personaje controvertido que transformó la ciudad

A Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma y V Marqués de Dénia, se le ha tachado de especulador, corrupto, ambicioso, espabilado y manipulador. La suya, la del hombre más poderoso del reinado de Felipe III, es una figura controvertida, estudiada y criticada. Nadie puede negar que en su haber hay mucho de atrevimiento, el justo y necesario para manejar los hilos del poder y conseguir que el monarca accediese a muchas de sus osadas pretensiones. Si la semana pasada Manuel Lomas hablaba en Dénia del duque y el negocio de las galeras, esta semana otro historiador, en este caso del arte, Ángel Campos-Perales, incidía en la transformación que experimentó la ciudad en los veinte años que transcurrieron desde el momento en que se convirtió en la mano derecha del rey (1598-99) y su caída en desgracia (1618). Todo ello, sin desembolsar un real de su bolsillo.

Las actuaciones del valido de Felipe III fueron encaminadas en todo momento a satisfacer las predilecciones, gustos y necesidades del rey y su séquito. Ángel Campos-Perales rompió así una lanza en favor de Gómez de Sandoval y Rojas, cuya vida definió como llena de contrastes y colores que van más allá de la imagen de un hombre corrupto y sin escrúpulos. Ahora bien, afirmó también que supo manipular su imagen para presentarse como un verdadero monarca. Dos ejemplos claros: la estatua que erigió frente a su palacio en lo alto del castillo de Dénia, que lo convirtió en el primer noble español que tuvo una escultura de cuerpo entero realizada con mármol de carrara, como si de un rey se tratase; y el cuadro que le hizo Rubens montado a caballo que se conserva en el Museo del Prado, el primer retrato ecuestre en Europa de alguien que no pertenecía a la realeza.

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 Pero gracias al duque, Dénia recibió la visita del monarca en dos ocasiones. La primera en 1599, con motivo de las fiestas organizadas para celebrar la doble boda real en Valencia de Felipe III y Margarita de Austria y de Isabel Clara Eugenia y el archiduque Alberto. En Dénia estuvo también Lope de Vega durante las celebraciones y le dedicó un poema, un privilegio que -como remarcó el historiador- tienen pocas ciudades de España. Volvería el rey en 1604 aprovechando la celebración de Cortes en Valencia. Se tiene constancia por esa fecha del pago que se realizó al arquitecto real Francisco de Mora por unos trabajos realizados en Dénia. Se desconoce en qué consistieron pero Campos-Perales baraja la posibilidad de que se construyese un pasadizo que uniese la parte alta del castillo -donde estaba el palacio del duque- con el puerto. De este modo, el monarca y su séquito podrían desplazarse sin ser vistos por la población y se evitarían situaciones un tanto bochornosas como la de aquella ocasión en que, aquejado por unas fuertes fiebres mientras gozaba de una jornada de pesca de atunes en la almadraba, tuvo que ser subido en una silla hasta sus aposentos.

Del pasadizo, que debió ser bastante extenso para comunicar el palacio con el Pont de Fusta, donde estaba el embarcadero (al final del Carrer Pont), no ha quedado ningún vestigio. Probablemente, indica el historiador, fuese realizado con maderas, un material perecedero. Hubo otro pasadizo que comunicó la tribuna privada del monarca dentro de la iglesia situada en la Vila Vella con el palacio. Tampoco se han encontrado los restos de esta construcción, que pudo ser destruida durante la Guerra de Sucesión, como ocurrió con la vieja iglesia gótica.

El monarca intentaría regresar a la ciudad en cuatro ocasiones más pero, por causas que no están del todo claras, y sobre las que Ángel Campos Perales se ha propuesto seguir investigando, no lo hizo. Por la correspondencia europea, se conoce el envío de 8.000 escudos a Dénia por parte del rey para la reforma del antiguo palacio medieval. La intención era que la familia real fuese testigo en 1609 de la expulsión de los moriscos desde el puerto de Dénia; el palacio era, sin duda, una buena atalaya.

El retrato ecuestre que le hizo Rubens fue el primero a caballo de un personaje no real en Europa

En 1611, el rey expresó de nuevo su deseo de regresar para ver los aposentos reales, según una noticia publicada en diciembre de ese año. Fue la segunda de cuatro visitas fallidas. La tercera, en 1616, para la celebración de Cortes en Dénia, que había recibido en 1612 el título de ciudad. Por la documentación que se conserva en el Archivo Municipal, se conocen los preparativos que se hicieron (un palio, luminarias, danzas, corros de toros), si bien las Cortes no se llegaron a celebrar. Hubo una cuarta tentativa en 1618 que tampoco se materializó.

“Lo que está claro”, afirmaba Ángel Campos-Perales, “es que en la agenda del monarca siempre estuvo visitar la ciudad”. Y su valido, quiso tenerla siempre a punto para dar satisfacción a sus necesidades.

Las obras

Entre las transformaciones que experimentó Dénia atribuibles al Duque de Lerma figuran la construcción del convento de franciscanos, el de San Antonio (1587) y el de las agustinas (1604). También se construyeron unas cocheras para las carrozas reales en el puerto (el edificio de Els Magazinos) y se reformó el Pont de Fusta para los paseos del rey. Se conoce el nombre del maestro de obras de las cocheras, Juan de Chávarri -que trabajó también en el Convento de la Encarnación de Madrid a las órdenes de Fray Alberto de la Madre de Dios, uno de los arquitectos españoles más importantes del siglo XVII-, así como los plazos de construcción. El edificio, que según el historiador pudo ser idea del célebre arquitecto, acabaría convirtiéndose en aduana. Para que los carros castellanos -de dimensiones distintas- pudiesen acceder a la ciudad, se reformó también la Puerta de Tierra o de Ondara (Carrer Major). Y evidentemente, se hicieron obras de reforma en el palacio del duque. De destacar son la escalera monumental que se construyo y la adecuación de los aposentos reales, con vistas al mar y balcones de hierro con bolas de bronce. En los jardines se hizo una gran inversión, 16.500 reales con los que había que hacer frente a la preparación del terreno, la plantación de plantas y árboles y la subida del agua hasta El Verger Alt, en la parte alta del castillo.

Se trajeron plantas aromáticas y frutales de Mallorca y se contó con los servicios del jardinero del Reino de Valencia, Juan Salvador Nájer. Los jardines fueron objeto de escarnio porque supusieron un gran gasto y nunca fueron utilizados.

El inventariado que realizó una biznieta del duque sobre los bienes muebles del palacio en 1647 ha permitido conocer detalles de cómo eran el salón y la galería real. Por ejemplo, 40 cuadros con imágenes de ciudades europeas colgaban de sus paredes, regalo del virrey de la isla de Mallorca, Carlos Coloma.

Como si de un rey se tratase, fue el primer noble que tuvo una escultura de mármol de cuerpo entero

Las obras incluirían la instalación de una estatua de mármol del Duque de Lerma de grandes dimensiones en 1613 en la parte alta del castillo. Fue encargada por el embajador español en Génova al italiano Giuseppe Carlone un año antes y no solo podía contemplarse desde gran parte de la ciudad, también desde el mar. La estatua, en la que el duque aparece con el bastón de mando en una mano y una espada en la otra, desapareció a principios del siglo XIX y todavía hoy se desconoce su paradero. Había sido reclamada por el Duque de Medinaceli y la hipótesis de Ángel Campos-Perales es que todavía se conserva en algún lugar.

Como anécdota, el historiador contó que un soldado que erró el disparo durante unas prácticas de tiro le destrozó la barbilla; evidentemente, el error le costó la vida. A modo de curiosidad, y para rizar el rizo, indicó también que la escultura se pudo contemplar incluso unos años antes que la estatua ecuestre de Felipe III que está situada actualmente en el centro de la Plaza Mayor de Madrid.

Las campañas constructivas se financiaron a cuenta de la Renta de la Santa Cruzada del Reino de Valencia (la campaña de 1609) y de la Renta del Rey (la emprendida entre 1616 y 1618). Al duque, como era de imaginar, el negocio le salió redondo. Detalles de una vida “no solo en blanco y negro, sino llena de contrastes y aportaciones a Dénia y al arte”, puntualizaba el ponente.

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