Los telegrafistas y los empleados de telégrafos eran otra clase de funcionarios que vestían de forma casi militar y por ello tenían cierto prestigio y gozaban de la admiración de las mozas del bello sexo, como se decía, en la época de que tratamos: Era oficial de Telégrafos José Albi Torres y Miguel Vidal Martínez que procedía de Cheste. Empleado y telegrafista era Simón Miñana Palacio y ordenanza José Santacreu y José Vicente Torregrosa Prefasi que en este último caso compaginaba su labor con la de cartero junto a otro cartero: Miguel Such y Moncho.
La Aduana integraba también a otros funcionarios como Abelardo Díaz Coneja y Evaristo Oliver y el Faro también tenía su personal que era, entre otros, Miguel Gominia Tomás y Tomás Lloret Sellés.
El Ayuntamiento tenía necesidad de una persona que realizara las tareas burocráticas, independientemente de los cargos políticos: Pedro Coscollá Diego era el secretario del Ayuntamiento. Y los guardias municipales tenían sus funciones como los de la actualidad. Eran Pedro Benlloch Tur, Simón Miñana Palacio que también era empleado de Telégrafos, y José Manuel Segarra Bas que vivía en la casa cuartel del Convento. Eran alguaciles, los hermanos Bautista y Carlos Bertomeu Pérez que procedían de Calpe; José Giner Herrada, casado con Antonia Marzal y Vicente Marzal Sigarres.
Nos queda una clase que protagoniza los que se llamaban escribientes; hoy los llamaríamos administrativos, pero el hecho de que se denominaran escribientes nos induce a pensar que trabajaban en el ayuntamiento. Posiblemente una empresa de exportación de pasa tuviera algún escribiente, pero en mi opinión hubiera podido definirse como empleado de comercio y no como escribiente. No obstante esta actividad profesional me trae a la memoria aquel cuento de Corazón de Edmundo de Amicis ‘el pequeño escribiente florentino’ en el que el padre, de bastante edad, ganaba tres liras por cada quinientas tiras o fajas de papel que escribía, con caracteres grandes y regulares, las direcciones de los suscriptores de una editorial que publicaba periódicos y libros por entregas. El citado cuento era una lectura que hace surgir del alma emociones y sentimientos que explotaban en las lágrimas que se deslizaban por el rostro. A este aserto recuerdo haber preguntado a una editorial el por qué no aparecía un poema que me gustaba, en ediciones posteriores a la que había utilizado de un libro de lectura, y me indicaron que hubo muchos padres que había protestado porque era un poema que hacía llorar y habían decidido eliminarlo. No sé si es buena o no esa eliminación de relatos que tienen como objetivo el que afloren sentimientos y procuran una educación sentimental.
Nos hemos ido por las ramas, pero el padre del escribiente florentino podía arañar unas monedas más al mes para mantener a la familia. Pues bien los escribientes que hubo en esos años, eran Jaime Casabó Costa, Juan Bautista Esteve Gual que vivía en el carrer Roques, José Mª Grove Devesa, Vicente Martínez Mengual, Pedro Marzal Marzal vecino del carrer Llarg, Ángel Missi Dalmau que vivía en la calle Santa Marta, Ignacio Moll, Juan Bta. Salvador Bañuls y Bartolomé Sendra Sart, domiciliado en la calle San Marcos.
Ya venimos diciendo que dada la fuente que utilizamos para estos artículos pueden no reflejar la totalidad de personas que ubicamos en una categoría, pero al menos nos da idea de que la actividad laboral de una villa en el siglo XIX no era la misma que la del siglo XXI y ello nos permitirá calibrar el sentido de la historia y del progreso de la humanidad para entender muchas cosas.