La importancia de hidratarse

INÉS ROIG (*)

Un 50% del peso de nuestro cuerpo como mínimo es agua y para mantener la salud es básico que esta proporción se mantenga estable. No obstante, este porcentaje es distinto en función de la edad (a más edad menos agua), sexo (las mujeres tienen menos agua porque tienen más grasa), composición corporal (a más masa muscular más agua), constitución… El agua se distribuye en el cuerpo entre la masa muscular, que es donde se localiza la mayor parte del agua corporal; la piel, que se lleva ni más ni menos que un 10%; los distintos órganos, etcétera. El hueso es, en cambio, la parte del cuerpo que contiene menos agua. En definitiva, está claro que buena parte de nuestro cuerpo es agua y que esto nos obliga a reponerla constantemente.
No hay que olvidar que el agua, aparte de tener un papel estructural, es imprescindible como disolvente de los líquidos corporales, como transportadora de solutos, como lubrificante de las arterias, como reguladora de la temperatura corporal, entre otras muchas funciones. Para que todo ello se lleve a cabo sin problemas es básico que la cantidad de agua se mantenga estable, o sea, que las pérdidas de agua del cuerpo se compensen con las entradas. Las pérdidas corresponden al agua que se elimina por la orina, la evaporación del agua por la piel, la sudoración y la respiración. Las entradas, en cambio, corresponden al líquido que se obtiene a partir de los alimentos, las bebidas y el agua que se produce a partir de reacciones metabólicas.
Es justamente por la función de regulación de la temperatura corporal que nuestras necesidades de agua aumentan en verano. La sudoración hace que nuestro cuerpo se mantenga a una temperatura estable a pesar de que la temperatura exterior sea elevada. Y lo mismo sucede cuando realizamos ejercicio intenso y nuestro cuerpo genera calor. La sudoración, la perspiración (evaporación del agua por la piel), o el agua perdida con la respiración son algunos de los recursos que tiene el cuerpo para mantener su temperatura estable.
Lógicamente, como las pérdidas de agua se ven aumentadas en verano, se necesita beber más agua. Por fortuna, no hay que preocuparse de la dosis exacta de agua que hay que beber, porque el cuerpo tiene unos refinados mecanismos de control por los que sabe que porcentaje de agua necesita mantener. Cuando dichos mecanismos se activan por una pérdida notable de agua se pone en marcha, entre otras muchas cosas, la sensación de sed, y, lógicamente, también disminuye la diuresis.
Precisar que dosis de agua exacta necesitamos no es cosa fácil. Se sabe que en teoría una persona que consume unas 2.000 Kcal/día necesita unos 2 litros de agua. Y que normalmente dicha agua procederá en un50% de las bebidas y en otro 50% de los alimentos. También que la sed marcará básicamente la dosis ingerida. Siempre, claro está, que se trate de una persona adulta sana y que se encuentre en condiciones ambientales templadas.
Diez puntos clave:
– El agua es la bebida más aconsejable para hidratarnos pero su exceso no tiene ningún beneficio.
– La sed marcará el agua que debemos beber pero intentemos ingerir de 1 a 1,5 litros de agua/día.
– La temperatura ideal de las bebidas es 10-15 grados. Evitar las bebidas muy frías.
– Batidos y zumos son menos hidratantes que el agua.
– Las personas que hacen deporte deben beber más de lo que marca la sed, especialmente si se trata de un deporte intenso.
– Es recomendable beber cada 20-25 minutos si hacemos ejercicio, especialmente si el ambiente es caluroso.
– Las personas mayores de 65 años deben beber aún sin sensación de sed. Sobre todo porque son más sensibles a la deshidratación y tienen los mecanismos de compensación menos efectivos.
– Con una pérdida de un 2% del peso en agua ya empiezan a haber síntomas de deshidratación.
Las bebidas alcohólicas aumentan la deshidratación.
Es importante en verano tomar más frutas y verduras porque son en gran parte agua.

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(*) Farmacéutica

 

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