Durante dos meses patroneó el yate ‘la Leyenda’ perteneciente a D. Vicente Berenguer que fumaba en pipa y Antonio cogió también esa costumbre de fumar en pipa hasta que nació su hija Chelo, momento en que dejó de fumar. Pero de esa costumbre quedó su apodo completado con el color de su pelo.
Los pescadores en general minimizan el sufrimiento que tienen las mujeres cuando ellos salen de pesca. Unos me dicen que ellas están acostumbradas, otros que sí sufren aunque en general son conscientes del desasosiego que mantienen mientras están en alta mar. Nuestro Antonio Serrat tuvo un accidente con una polea del motor, pero pudo contarlo. Su esposa, Faustina, vivió la mar desde joven y eso ha hecho que esté acostumbrada a todas las peripecias marineras de su esposo, ella se dedicó al remiendo de redes, a poner y preparar el palangre. Fue a la escuela en la que estaba Doña Florentina y luego a las monjas que instruían en Duanes.
Antonio ha pasado por todo los tipos de pesca: la llum, arrastre, tresmall, cerco… Su personalidad y su carácter le llevaron a manejarse con soltura sobre todo en el arte del tresmall y del cerco; y al preguntarle si en su vida ha tenido muchos días buenos de pesca, me dice: ‘más malos que buenos’.
El arte del cerco o de la llum es incompatible con el dormir. El marinero que va al cerco no duerme por la noche porque está navegando hasta el lugar en que pondrán las redes y mientras marcha está acondicionando el barco para el trabajo, luego la pesca y a la vuelta el arreglo de lo pescado en las cajas. Una vez que llega al puerto, podría ir a dormir, pero entonces tiene que preocuparse de arreglar las redes y prepararlas para la próxima noche. Antonio, cuando era más joven, también trabajaba hasta los sábados, como todos, con lo cual el dormir era más escaso. A lo sumo, Antonio, -me cuenta- después de comer se puede uno acostar o dormitar un rato.
Los nombres de los barcos en los que ha desarrollado su vida activa son numerosos: en su memoria quedan el Rosa, Chorroll, Inés pero otros muchos han sido los que guardan restos y huellas de su piel.
Sus hijos siguen sus huellas y sus nietos (cuatro de ellos pescan) han hecho cursos de patrón o de motorista. Antonio nunca ha salido de Xàbia y tampoco hizo la mili porque se libró, pero su vida ha sido un servicio constante y hasta hoy sigue laborando, aunque de una forma más tranquila, pero eficaz. Por las mañanas, se reúne con los amigos para hablar de sus andanzas (en sus recuerdo está una noche que dieron suelta a unas vaquillas) y recordar tiempos de antes, pero también disfrutar de la compañía de sus iguales; luego va a comprar la prensa que se lleva a su espacio preferido desde donde ve la mar de su vida y la lee con tranquilidad; cuando termina el coser alguna red y montarla le cubre el tiempo que le queda hasta la hora de comer.
Hay otra cosa que me satisface de la vida de estos pescadores y es el amor y cariño hacia los suyos; hacia los mayores. He visto en los hijos de Antonio Serrat una atención hacia su padre que no es fácil encontrar en muchas familias; es como un reconocimiento al esfuerzo y cariño que el padre les dedicó cuando era más joven. Sus hijos, ahora, se han convertido en amigos del padre y esto es verdaderamente encomiable.