Uno de los pescadores que me tenía alucinado era Antonio Serrat Bisquert. Su complementaria pipa le daban ese aire de marinero de puerto de mar y su pelo rojizo le acompañaban en una peculiar imagen que a mí, de joven, me parecía la del capitán Ahab de Moby-Dick.
Si Herman Melville hubiera conocido a Antonio Serrat, en vez de comenzar Moby-Dick con la frase ‘Call me Ishmael’ hubiera dicho: ‘Llamadme el Roig de la pipa’. Hace años quise entrevistarlo y no me dejó que lo hiciera, pero ahora, a sus 81 años y por mediación de su hijo Pepe, he podido hablar con él, si bien para completar este esbozo he recurrido a sus amigos y a su esposa, porque en cierto sentido no se prodiga mucho en explicar detalles de su vida. Al final de la primera entrevista, su hijo Pepe, me dice: me extraña que aun siga hablando con él y que no le haya despedido de malos modos pero al final, conseguí la amistad de Antonio.
Antonio no quiere mostrar sus sentimientos hasta el punto de que un amigo me dice que es como un diamante que en su origen es carbón, pero dentro tiene su extraordinaria belleza. Antonio -me dice- se ha cubierto de una coraza para no mostrar su interior y su corazón. Bajo esa apariencia de hombre duro, insensible, brusco, arisco… se esconde la ternura y su mundo interior.
La guerra civil le coge en ese momento en que debía iniciar su escolarización y al concluir la etapa bélica acude a las clases de D. Domingo Roig. Pero no culmina su formación y hacia los doce / trece años comienza su vida marinera y de pescador, primero en la llum.
La necesidad de obtener algún tipo de formación hizo que fuera a sacarse el título de patrón a Denia. Sus profesores fueron el patrón mayor de la Cofradía, un maestro y un profesor de pesca cuyo nombre recuerda especialmente, Fontanet. El había aprendido en la escuela lo que llamaban las cuatro reglas complementado con algo de lectura y escritura, pero en el centro en que se sacó el título de patrón, la persona que lo formaba en esta actividad sabiendo cuales eran las necesidades de sus alumnos y su poca preparación escolar, se interesaba más por su asistencia a la escuela, por su esfuerzo y por la persona que por los logros escolares. Las necesidades económicas eran una traba para los estudios y los muchachos debían pronto ponerse a trabajar para poder colaborar a mantener la familia y siempre con una situación económica deficitaria. Y esta situación era la pauta general hasta bien entrados los años 50 del pasado siglo.
Llegaron los años en que el puerto de llenó de yates y a su espejo venían los propietarios de los mismos que necesitaban de un patrón que durante el estío les llevara de un lado a otro y se hiciera cargo de la embarcación. Fue una buena época para nuestros marineros que encontraron en esta actividad un hueco al tiempo que se relacionaban con personalidades del mundo de la política, de la empresa y de las finanzas. Pero en esta actividad la fuerte personalidad de Antonio no arraigó ya que no se acomodaba a la vida social de los dueños de la embarcación ni a la de sus invitados, aunque su profesionalidad marinera le permitiera manejar el yate como ninguno lo hacía.