De aquello que escribí en 1986 me falta transcribir lo que llamaba ‘algunas astucias’ y con eso termino esta pequeña serie dedicada a la pesca del bou en parelles.
El uso del aceite. El uso del aceite para calmar el mar es un remedio bastante antiguo. Tanto el filósofo griego Aristóteles como el escritor latino Plinio escribieron que esta práctica ya resultaba tan usual como eficaz.
En la época de navegación a vela esta argucia era utilizada para evitar que las olas rompiesen contra el casco de la embarcación. Al lado de la barca se colocaba un saco o cuero con un aceite especial para estos casos, en algunos momentos era el del cocinero y cuando se veían apurados para regresar al puerto, por un orificio muy pequeño iban soltando el aceite que así cumplía su misión de apaciguar el oleaje, evitando estropear el casco de madera de la embarcación. El aceite se lanzaba delante de la proa.
Ancla flotante. Otra astucia que utilizaban nuestros marineros era el ancla flotante que se colocaba detrás para que la barca no perdiese la serva (el timón) y pudiera obedecer mejor en los momentos de peligro. Se utilizaba para capear el temporal y el viento y que no se atravesase la embarcación en el mar. El áncora flotante lo que hacía era retener a la barca manteniendo la popa al viento. Consistía en una lona formando un embudo con dos aros, unos más grande y otro más pequeño y en cuatro revisses (cuatro a modo de hilos de paracaídas que aguantan el aro grande en dirección a la popa) que mueren todos en un punto para amarrar allí la cabeza del ancla. (He actualizado esta información que escribí en 1986 con aportaciones del amigo Amadeu Ros y el Diccionario Catalán Valenciano Balear que me ha dado tres significados con la palabra serva: Tenir serva una embarcació: sostenir-se en posició bona per a navegar. Estar sense serva: estar sense govern, sense poder navegar o obrar així com cal. Perdre la serva: perdre l’equilibri, estar exposat a caure).
Las trombas de mar. Otro momento de peligro grave es la aparición en el horizonte de las trombas de agua denominadas por los marineros mánegues o mániga. Parece, que llegado el momento, sólo la oración era el remedio al que se acudía. Entre los marineros existe el siguiente refrán: «el que no sepa rezar que no se adentre en la mar».
El grito angustiado del marinero que pide a otro de mayor edad y experiencia. – ¡Tío Pepe!, ¡talle-la, talle-la! Cuando uno de los informantes nos relataba su encuentro ante una manga en medio de la mar, un marinero más joven, exclamaba lleno de terror al ver como ésta se acercaba, la frase anterior. Al escuchar el relato nuestro vello se erizó por la angustia que transmitían sus palabras, y es que el joven sabía que el marinero mayor conocía esa oración que había aprendido un viernes santo porque otro marinero se la había transmitido. Se trata de una oración mental que hay que decir sin ser oída por nadie para no perder la gracia. Un escritor de Altea la publicó, pero yo no os la digo porque entonces no tendría el mismo poder. El próximo viernes santo, a un marinero avezado en la mar, se la podéis pedir que os la diga, y de esta forma podréis rezarla en un momento de peligro.
Todo esto lo escribí, como he dicho, en 1986. Ha sido un regreso al pasado, por un lado por cuanto he podido comprobar como escribía hace casi 30 años y por otro lado contando cosas de hace un siglo.