¿Cada día más olvidadizo? Lo suyo tiene nombre: “demencia del preocupado”

INÉS ROIG (*)

Vivimos en una sociedad obsesionada con la productividad, en la que se premia realizar el mayor número de tareas en el menor tiempo posible. Este superávit de responsabilidades al que nos enfrentamos, deteriora la calidad de las labores que se llevan a cabo, lo que conduce a una irremediable impresión de fracaso. Percibir continuamente que se tiene algo pendiente, y sufrir por no poder alcanzar el éxito en todos los aspectos vitales, se ha venido a denominar «la demencia del preocupado».

El síndrome parece una demencia (pérdida o debilitamiento de las facultades mentales, que se caracteriza por alteraciones de memoria, razón o conducta), pero en realidad es solo algo que ocurre debido a las continuas y constantes preocupaciones. Nuestro cerebro no puede cambiar de cometido de una manera tan rápida como la que nos reclama el día a día, así que perdemos la atención, y después nos olvidamos de lo que teníamos que hacer.

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El término multitarea, fue creado por informáticos para referirse a las múltiples funciones que podía ejecutar un ordenador. En la actualidad, esta palabra nos remite a la capacidad humana de prestar atención a muchas actividades al mismo tiempo.

La multitarea se nos vende de infinitas maneras que, en ocasiones, pueden resultar atractivas o inevitables y si no puedes con todo es que no eres un buen profesional. Se fomenta un modelo productivo en el que hay que competir de manera continua para estar al día, pero resulta casi imposible seguir el ritmo porque el nivel de posibilidades es infinito y absolutamente inabarcable.

Si no entiende por qué su productividad es cada vez menor pese a que su esfuerzo se incrementa día a día, puede ser que sufra esta demencia, con otros síntomas como la mala concentración y un sentimiento de indecisión perpetuo. Estar siempre alerta es agotador, y el presentimiento de que constantemente hay algo que se nos escapa nos causa hastío. Combatirla pasa por frenar el ritmo y preguntarse a qué queremos dedicar el día. Solo a partir de ese momento empezaremos a eliminar todos aquellos añadidos que no necesitamos en nuestra vida; seleccionar entre actividades y tomar decisiones hace que todo se vuelva un poco más claro. Todo el mundo tiene distintos ritmos y formas de afrontar su rutina. Algunos prefieren madrugar y otros trabajar por la noche; hay gente a la que le gusta intercalar faenas para no aburrirse y otra está más a gusto concentrándose en una sola labor hasta que la termina. Normalmente, se ignoran cuestiones como la familia, las enfermedades, o las personas que tenemos a nuestro cargo, pero son variables que tienen un gran peso en la manera en la que configuramos nuestra vida. Si nuestra situación personal nos hace sentir sobrepasados, se recomienda buscar ayuda en otras personas y generar a nuestro alrededor redes de apoyo que nos resten algo de trabajo.

Se ofrece una receta aparentemente sencilla: reducir las distracciones y evitar la multitarea. Tendemos a pensar que la mejor opción es realizar el mayor número de quehaceres en el menor intervalo posible, pero casi nunca es así. Acaba repercutiendo en la concentración y en la calidad. Podemos equivocarnos con facilidad y terminar teniendo que volver a hacer lo ya hecho.

Las más afectadas por este sistema de valores son las féminas. Es crucial que aquellas que se encuentren sobrecargadas puedan delegar sus cometidos en otras personas. Solo así podrán dedicar tiempo a quienes son en realidad. Aun así, no siempre es fácil. Lo primero es que comprendan que están en su derecho de hacerlo; normalmente, la culpa tiene mucho peso en ellas y eso les impide poder pensar de manera exclusiva en sí mismas.

(*) Farmacéutica

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