Profesionales de la sanidad, la hostelería y la enseñanza recuerdan cómo vivieron la pandemia cinco años después de que se declarase el estado de alarma
El 15 de marzo de 2020 se hizo el silencio. La Marina Alta, como el resto del territorio español, empezaba a vivir una de las etapas más duras de su historia. La pandemia que todo lo paralizó y en la que muchos no querían creer era una realidad. Hoy, la angustia, el miedo y los malos momentos que, de un modo u otro, todos vivimos parecen quedar lejos. Salimos de aquello convencidos de que habría un antes y un después, mejorarían la atención sanitaria y la prevención, se destinaría más dinero a la investigación y seríamos más solidarios y más respetuosos con los demás. También con el medioambiente. En pocas palabras, mejores personas. Han pasado solo cinco años y, después de todo aquello, pocas cosas han cambiado.
La pandemia del covid-19 nos ha dejado malos recuerdos. Algunos difíciles de superar, como la pérdida de familiares o amigos. Otros inconcebibles en pleno siglo XXI. El encierro, las calles desiertas, el cese de las relaciones sociales y el aislamiento, especialmente de las personas mayores y de quienes vivían solos. El mundo se congelaba. Parques y jardines sin niños, sin risas, sin gritos. Colas y restricciones de entrada en los supermercados, lineales vacíos, cuerpos que rehuían a los encuentros en los pasillos. La fiebre de los guantes, la confección de mascarillas, el aprovisionamiento de geles hidroalcohólicos. Rostros indefinidos, ocultos. Las urgencias de los hospitales saturadas. ERTE. Desasosiego, incertidumbre. Controles. Pantallas. PCR. Persianas echadas. Teletrabajo. Aplausos. Vacunas.
La lista de recuerdos y sensaciones podría alargarse mucho más. Hoy, todo aquello parece un mal sueño. Del que salimos, por cierto, con muchas ganas de vivir. De volver a ocupar terrazas y plazas, de reencontrarnos con los nuestros, de regresar al trabajo y a la escuela, de viajar y de compartir. Con el convencimiento, eso sí, de que no volveríamos a caer en los errores del pasado.
La vida sigue. Cierto. Pero no podemos ni debemos olvidar. Se lo debemos a todos aquellos que ya no están, a los que se llevó el SARS-CoV-2 y a quienes les dejó graves secuelas. Pero también a quienes vendrán detrás de nosotros. Un 15 de marzo, tal día como hoy, horas después de que se publicase el decreto de declaración del estado de alarma en el Boletín Oficial del Estado, nos despertábamos de un modo distinto. Era domingo y no sabíamos realmente lo que se nos venía encima. Nadie ponía en duda que las medidas excepcionales adoptadas por el gobierno para hacer frente a la expansión del coronavirus se levantarían pronto. Tenían una vigencia inicial de quince días, prorrogables, eso sí. Y se prorrogaron. Empezaba la pesadilla.
El avance
Las noticias que llegaban de Italia entrado el mes de febrero de 2020 hacían presagiar que nada bueno ocurriría. Enfermos y muertes a causa del covid-19 iban en aumento. Ante la rápida evolución de los contagios, las comisiones falleras de Dénia decidían el miércoles 11 de marzo aplazar las fallas, algo insólito. La seguridad y la responsabilidad pesaron más que las ganas de fiesta y las consecuencias económicas que podía tener la decisión. La rabia y la impotencia de los primeros momentos quedaron en un segundo plano. La hostelería, que veía cómo se arruinaba la temporada de fallas, ponía el grito en el cielo.

Dos días después, el 13 de marzo, viernes, el gobierno de España anunciaba a mediodía la declaración del estado de alarma. La Generalitat Valenciana decretaba el cierre de bares y restaurantes a partir de esa medianoche. A primera hora de la tarde muchos echaban ya la persiana. Se decretaba también la suspensión de las clases en los centros educativos a partir del lunes.
La confirmación oficial del primer infectado por coronavirus en el Hospital de Dénia llegaba ese mismo viernes, un trabajador del centro. En la edición del sábado 14 de marzo Canfali Marina Alta se hacía eco de todo ello, así como de la imagen de una comarca asustada que dejaba los supermercados sin existencias y las calles de sus pueblos vacías. Advertíamos también de los duros efectos económicos que tendría la pandemia.
En el número siguiente, del 21 de marzo, dábamos cuenta del primer fallecido por covid-19 en la comarca: un vecino de Dénia de 37 años, con problemas respiratorios y al que le faltaba un pulmón, que falleció tras permanecer varios días aislado en el hospital. Era transportista y había estado en Madrid y en Italia. Se habían registrado ya más de 20 positivos en la Marina Alta y otros casos de personas con síntomas leves de la enfermedad que habían sido enviadas a sus casas en cuarentena. Entre ellos, varios trabajadores del hospital, donde se reforzaron las Urgencias y se empezaron a atender las consultas por teléfono.

“No teníamos ni idea”
El doctor Juan Cardona era por entonces jefe de servicio de la Unidad de Cuidados Intensivos y de Anestesia. Las primeras noticias sobre el virus que llegaron de China y de las que informaba la televisión, aunque quedaban lejos, empezaron a ser preocupantes. Las imágenes de los hospitales de campaña delataban que el asunto estaba fuera de control. Cuando la pandemia empezó a cobrarse las primeras víctimas y a expandirse por Italia, recuerda, “sabíamos que era cuestión de días que llegase aquí”.
“Fue muy duro, muy angustioso, solo existían medidas de apoyo para que el enfermo no falleciese” (Juan Cardona, médico)
Conocedor del Plan de Actuación de la Gripe que tenía el Hospital de Dénia, y atendiendo a que el virus que iba a llegar se transmitía por vía respiratoria, recomendó a la dirección del centro el desarrollo de ese plan, fruto de un brote de gripe A que se había cobrado la vida de 2 o 3 jóvenes unos años antes.
El doctor Cardona reconoce que “los sanitarios no teníamos ni idea de cómo tratar a los enfermos, no nos habíamos enfrentado a ninguna epidemia de esas características y no sabíamos manejarnos en una situación como esa”. Considera que los políticos del país fueron bastante irresponsables. Entre otras cosas, “porque cuando se sabía que el virus ya estaba en Italia, que está ahí al lado, aquí todavía íbamos de fiesta; no teníamos ni mascarillas”.
El partido de fútbol de los octavos de final de la Liga de Campeones que enfrentó al Valencia CF con el Atalanta de Bérgamo en Milán se ha considerado el detonante de la propagación del virus en Valencia. 2.500 aficionados valencianistas acompañaron a su equipo y compartieron gradas con 40.000 aficionados del equipo italiano en un momento en que la región de Lombardía era el epicentro de la pandemia en Italia. “Pero entonces el virus ya estaba aquí”, afirma el facultativo.
Las impresiones que conserva de aquel primer momento se resumen en dos cosas: “teníamos que tener la cabeza fría, aunque era imposible, y organizarnos del mejor modo posible”. Las 14 camas de la UCI podían ser insuficientes. Se habilitaron nuevas plazas de cuidados intensivos en las salas de hospital de día y despertar. “Se iban habilitando más camas y más salas según las necesidades y llegamos a tener 45 camas”, explica, “aunque nunca las llenamos todas con enfermos de covid”. Los enfermos que no requerían cuidados intensivos se llevaban a planta. “Allí sí había más”, puntualiza Juan Cardona.
Describe aquella situación como “angustiosa”. Recuerda al primer fallecido en la UCI, un joven de 33 años, sin antecedentes por enfermedad, sano, y a los compañeros sanitarios que se infectaron de covid-19 en el trabajo. Alguno, incluso, perdió la vida.
“Nuestra misión”, relata el entonces jefe da la UCI, “era mantener vivos a los enfermos, no existía un medicamento para hacer frente al virus, solo medidas de apoyo para que el enfermo no falleciese y lo superase”. “Quien tenía buenas defensas podía sobrevivir y, para quien no las tenía, era muy difícil conseguirlo”, añade. Se sabía además que en las personas de más de 70 años la mortalidad era altísima.
La pandemia lo sorprendió con una dilatada carrera profesional a los 65 años de edad. “Fue muy duro, el peor momento de mi vida profesional, nunca había visto nada así”, explica el doctor Cardona. No puede evitar hacer mención de la gripe del 1918, la llamada ‘gripe española’, un virus respiratorio contra el que fue muy difícil luchar porque no se disponía de los medios actuales. La aparición de las vacunas, subraya, fue un gran alivio.
Precisamente Juan Cardona fue el primer sanitario del hospital vacunado, a principios de enero de 2021. “Era el más mayor en activo y en un departamento de riesgo”. En menos de 24 horas, el departamento de salud vacunó a 1.400 profesionales y personal de las empresas colaboradoras. Aunque no son garantía absoluta contra el virus, sí bajan el riesgo y la gravedad de la afección. Con ellas, la incidencia del coronavirus fue disminuyendo.
Cinco años después su impresión es que hemos aprendido poco. “La gente quiere vivir, es un mecanismo de defensa, no puede pasarse la vida recreándose en la desgracia”, comenta. Desde el punto de vista sanitario, opina sin embargo que si llegase una nueva pandemia “podríamos capear mejor el temporal, hemos aprendido a organizarnos”. Cardona habla de una mayor conciencia entre los sanitarios y también, en lo referente a medidas de prevención, entre la población. “No debemos olvidar que estas cosas pueden pasar y por ello tenemos que estar preparados en cuanto a material, prevención y organización”.
“Somos más fuertes”
“La pandemia nos hizo a todos sufrir mucho, pero también nos hizo más fuertes”, afirma Cristina Sellés, presidenta de la Asociación de Empresarios de Hostelería y Turismo de la Marina Alta (AEHTMA). Especialmente al sector de la hostelería, “que a puertas de las fallas, donde todos estaban preparados con el personal y con todos los productos y preparaciones en marcha, tuvimos que cerrar sine die y sin saber qué iba a ser de nuestros negocios”.
AEHTMA remarca la gravedad de una situación de la que muchos no eran todavía conscientes aquel 13 de marzo, cuando se decretó el cierre de la hostelería en la Comunidad Valenciana. Un día antes, la presidenta envió un correo al alcalde de Dénia, Vicent Grimalt, para pedirle que solicitara el cierre a Ximo Puig, entonces presidente de la Generalitat. El fin no era otro que salvar, al menos, la Semana Santa. “Pero la pesadilla fue aún peor, se alargó hasta mucho más tiempo”, añade Sellés.
“Nos quedamos con la reacción ante la catástrofe, la unión, la solidaridad y la lucha en defensa de nuestro sector” (Cristina Sellés, hostelera)
El cierre fue duro, pero también un tiempo en el que los hosteleros aprendieron aquello de que “juntos somos más fuertes”, como decía su lema.
Cristina Sellés recuerda que, durante la pandemia, “los hosteleros fueron uno de los sectores más solidarios, bien cediendo habitaciones para quienes lo necesitaran para aislarse o bien distribuyendo todos los productos que tenían en el almacén, primero con sus trabajadores y luego con todos aquellos que lo necesitaron”. Hubo quien se dirigió a ellos solicitando bandejas, hornos, envases de un solo uso y alimentos, “y todos a una no dudaron en ayudar”.
Tiempo de solidaridad y de unión. El contacto, aunque fuese vía WhatsApp, se hacía necesario. Se celebraban reuniones virtuales, al menos dos por semana, con la asistencia de más de 100 personas. El objetivo era dar y conocer las últimas noticias y las posibilidades que se iban cerrando o abriendo. Pero también, como ella dice, “animarnos mutuamente”.
La asociación recuerda el papel que jugaron Hostelería de España y, en especial, su presidente, “nuestro querido don José Luis Izuel, fallecido hace unos días”. “Él fue el que nos reunió en torno a un objetivo común y fue la voz de la hostelería durante la pandemia”, matiza. La unión con el sector turístico de la Comunidad Valenciana fue también estrecha. El lema La vacuna es el turismo, sigue aún hoy vigente, indica.
Sellés explica que se prometieron muchas ayudas y que un buen número llegaron desde la asociación, que consiguió más de 1.680.000 € en ayudas para sus asociados. Pero se firmaron también muchos préstamos ICO, “que aún nos siguen hipotecando”.
Como en otros sectores, la pandemia cambió formas de trabajar en la hostelería que aún hoy siguen vigentes: cartas digitales, separaciones, reservas, protocolos. “Y nos cambiaron las costumbres, ahora somos más de comer y tardear y cenar más pronto”, añade.
La presidenta de AEHTMA no olvida el papel del ocio, “que fue la vía de escape cuando se abrieron las restricciones”. Muchos eligieron Dénia y la Marina Alta para las primeras salidas, “y esto nos permitió recuperar todo lo que habíamos perdido”. Se partía de un 2019 “espectacular” y ha sido difícil llegar de nuevo a esas cifras, que finalmente se han igualado.
Sellés subraya la importancia de no olvidar “para aprender de todo aquello” y de recordar “a las víctimas del covid-19, los fallecidos y los que hoy siguen teniendo secuelas, y también a aquellos locales y empresas que se perdieron porque no pudieron superar esta crisis”.

Desde AEHTMA se quedan con lo bueno: “la reacción ante la catástrofe, la unión, la solidaridad y la lucha en la defensa de nuestro sector”. Pero también con tres cosas que demostró el efecto de la pandemia: “que no somos sólo una actividad económica, que somos además una manera de vivir, de disfrutar y de generar felicidad; que tenemos más valor añadido del que se nos reconocía y que somos los que aportamos valor a muchos otros sectores económicos que sin nosotros no tienen sentido; y el papel de las asociaciones, el sentido de la asociación para defender a todos en lo que es común”.
“Creíamos que al poco tiempo volveríamos”
La pandemia obligó a cerrar los centros docentes y a llevar la escuela a casa. Se generalizaron las clases a través de plataformas y de videoconferencias, así como el uso de tabletas y otros dispositivos electrónicos para que el aprendizaje continuase, no se perdiesen los hábitos ni el contacto con los centros de enseñanza. Sergi Mallol era por entonces director del colegio Pou de la Muntanya de Dénia. “Intentábamos estar lo más cerca posible de los niños, que pudiesen trabajar en casa y que no perdiesen lo aprendido”, explica. Lo hicieron a través de la web del centro y de videollamadas. No fue fácil, no había nada planificado y no todo el mundo tenía acceso a la tecnología. “Cada casa era un mundo”, como él dice. Se trabajó de modo distinto al habitual, entrelazando materias, con recomendaciones para aprender a hacer otras cosas en casa, con propuestas participativas y a través de vídeos que preparaba el departamento de educación física para mantener al alumnado activo. “Creíamos que al poco tiempo volveríamos”, indica. Y como él, nadie se esperaba que el encierro durase tanto.
“Lo primero que me viene a la cabeza es el silencio, el colegio en completo silencio” (Sergi Mallol, maestro)
“Fue un cierre brusco y lo primero que me viene a la cabeza es el silencio, el colegio en completo silencio”, recuerda. Si trabajar o conseguir que se hiciesen actividades durante el confinamiento fue difícil, el regreso a las aulas tampoco fue fácil. “Había que recuperar los hábitos sociales manteniendo las distancias y haciendo caso a las recomendaciones, que no permitían el contacto”, nada sencillo cuando se trata de niños. El temor a la interacción, a no ver las caras, las expresiones y las risas se superó cuando se pudo prescindir de la mascarilla.
En la bandeja de la balanza de los aspectos positivos de la vuelta al colegio tras el confinamiento coloca la ruptura de la dinámica habitual en el modo de dar las clases. Ahora bien, la dependencia de las pantallas se notó en el aula, porque “desde los más pequeños hasta los más mayores se hicieron digitales para todo”.
Mallol habla también de las dificultades para recuperar los hábitos de trabajo y de la gestión de los miedos, los problemas de salud mental y para relacionarse con los demás. Afortunadamente, añade, “ahora prácticamente ya no se nota”.