La pequeña historia nos acerca a acontecimientos que son interesantes para comprender a veces la gran historia. Voy a presentar a un personaje que hizo de Xàbia su paraíso y ese lugar donde descansar y huir del ajetreo mundano, escondido y pasando desapercibido, pero dejando constancia de su existencia como veremos.
El hecho es que José María Fontana Tarrats llegó a Xàbia y quedó prendado del paisaje. Era 1970 cuando realizó un viaje a Alicante para hablar con alguno de sus colaboradores de los estudios regionales sobre el clima y éste le llevó a comer a un restaurante cercano al Cabo de la Nao, que hoy no existe. Regresó a casa entusiasmado por el paisaje que había visto. Desde ese momento y durante la primera quincena de septiembre acudía al Parador con su esposa e hijos, hasta que en 1975 compra una parcela junto a la Torre de Ambolo. En 1976 toda la familia ya fue a vivir en la casa construida si bien alternaba las estancias con Galicia, el otro amor del historiador del clima.
Mientras vivió en Xàbia, cuenta su hijo, las excursiones a la Granadella, al Portichol, al Montgó, a Jesús Pobre o al Arenal eran continuas y también sus paseos en barca para ver la cova del llop mari o la dels Orguens situada al pie de su casa estival. La estancia del autor y su familia tenía siempre lugar en la primera quincena de septiembre, Navidad y Pascua de Resurrección a lo que se añadía algún que otro puente.
Falleció el 12 de agosto de 1984 en Sangenjo (Pontevedra). Había nacido el 22 de febrero de 1911 en Reus y su vida ‘política’ ha sido objeto de un estudio biográfico realizado por Joan María Francesc Thomas Andreu, profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad Rovira Virgili. y que la actualidad es Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Pero como a nosotros nos interesa dar a conocer al historiador del clima y su presencia en Xàbia así como sus descripciones de esta tierra o el influjo de la misma en sus trabajos, firmados varios de ellos en esta tierra, vamos a centrarnos en este aspecto.
En septiembre de 1977 escribió lo que sigue: «Mis hijos pequeños, tan queridos, Clara, Ero – nombre de un santo gallego: S. Ero de Armenteira – , José Ignacio y Mónica, gozan de una casita en el Cabo de la Nao… Entre pinares mediterráneos, espesos, y sobre acantilados polícromos que guardan, entre otras, la gema irisada de la Cueva del ‘Llop Marí’, dominando la entrada de Cala Granadella que se abre en el golfo, intensamente azul, al sur del Cabo, está posada – como blanca gaviota – la casa, en pendiente acentuada, rodeada de geráneos, adelfas, hibiscus, un ciprés, yucas y pitas, un naranjo, un limonero, una mimosa, espliegos y romeros…: me evoca los recuerdos de Capri o de Corfú y siempre los de la Grecia inmortal…
…Sólo aquí, en el Mediterráneo, al lado de un ciprés y de un laurel, entre plantas aromáticas, flores, roquedos y azules insólitos, brota la sabiduría infinita de la paradoja. De las ambivalencias y de sus entendimientos cosmológicos. Apunta el día, amanece en este pedazo de España, la antigua Hemeroscopion, cuando todavía es de noche en la ría de Pontevedra. Es el momento de prepararme el diario y deleitoso café, cuando todos duermen y yo me siento más lúcido: cuando el gran pinar que desciende hasta los lomos azules y verdes del mar, destila, sólo para mí, sus quintaesencias odoríferas y sus blandos susurros…».