Señales de torre en torre

Una exposición recorre la historia del complejo sistema defensivo que protegió la cosa de los ataques de piratas y corsarios desde mediados del siglo XVI

Su construcción se financió con un impuesto a la seda, un bien de lujo y uno de los productos más importantes del reino

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El miedo a los piratas berberiscos, el control y la defensa del territorio explican la existencia de un complejo sistema de torres vigía en el litoral del Reino de Valencia. Fueron erigidas desde mediados del siglo XVI y actuaron como tales hasta finales del siglo XVIII, cuando sus funciones, que no dejaron de ser de control, tuvieron otros fines. El sistema no es único. A lo largo del Mediterráneo se pueden encontrar un buen número de atalayas que se construyeron ante la amenaza de la piratería y la invasión otomana desde el norte de África. Sin embargo, la singularidad del modelo valenciano fue su sistema de financiación. Para costar los trabajos, se recurrió a un impuesto a la seda, el producto más importante del Reino. El impuesto llegó a proporcionar 12.000 libras anuales para invertirlas en la defensa y convirtió el sistema en modélico para otros territorios.

Para conocer mejor ese apasionante mundo de torres, amenazas y señales, la exposición ‘De Temor i Seda” invita al visitante a sumergirse en su historia desde el Museu de la Mar de Dénia. Luis Arcinieaga, director de la cátedra Demetrio Ribes de la Universidad de Valencia y comisario de la muestra, define las torres de defensa de la costa como un elemento de identidad del pueblo valenciano. Forman parte de su paisaje cultural defensivo y en él, Dénia y la Marina Alta tienen un protagonismo especial. La gran cantidad de calas de su litoral lo hacían especialmente frágil ante la piratería.

También la ciudad ha sido siempre un lugar estratégico, en buena parte por ser un fondeadero natural seguro y garantizar la estabilidad de las galeras, algo que pocos lugares podían ofrecer. Para el rey, las galeras son necesarias para la defensa por mar y las puede mover de un lugar a otro. En cambio, los señores territoriales quieren defensas fijas que protejan su territorio. Y las van a tener.

En el territorio valenciano, en 500 kilómetros de costa, Arcinieaga contabiliza alrededor de 60 puntos de vigilancia, que fueron variando y que fueron importantes objetivos militares. Dos tercios de esos puntos de control eran torres vigía. El resto, castillos como el de Dénia, cuevas o lugares en altura, como el peñón de Ifach, desde los que se podía divisar la llegada de embarcaciones enemigas. Normalmente estaban situadas cada 15 km, si bien en algunos casos la distancia que las separaba era tan solo de 3 km. Las hubo redondas y cuadradas, construidas con técnicas de tapial, sillería o mampostería. Todo se adaptaba a las técnicas del momento, a las características de territorio e, incluso, a construcciones preexistentes.

Las torres se comunicaban unas con otras con señales que podían ser de humo, de fuego, con espejos o sonoras. La palabra repicar, explicaba el comisario de la exposición a modo de curiosidad, deriva de esas señales y no del tañer de las campanas, como se puede creer de forma errónea.

“No eran elementos aislados, modestos y humildes”, precisaba el jueves en una conferencia en la Biblioteca Municipal, “sino elementos de un sistema complejo, coordinado y bien articulado”. En el primer mapa del Reino de Valencia que se conoce, el de Ortelius de 1584, se marcan los ríos, las poblaciones y las torres o atalayas, no otros elementos como las montañas, por ejemplo, lo que da cuenta de su trascendencia

Se accedía a las torres en altura y siempre había en ellas dos vigilantes. Otras dos personas, a pie o a caballo, recorrían los caminos de torre en torre controlando que no hubiese ningún peligro. La mayoría de los ingenieros fueron italianos, como Vespasiano Gonzaga, y los constructores, franceses.

La denominación que ha llegado a nuestros días no es en todos los casos la original. Así, la Torre del Gerro se llamó inicialmente de l’Aiguadolç y la de l’Almadrava, del Palmar.

El temor al ataque del turco y de los corsarios y piratas berberiscos fue casi una obsesión. Todavía hoy se conservan expresiones relacionadas con ese miedo atroz. Sirvan de ejemplo aquellas de “no hay moros en la costa” o “fa més por que una fragata de moros”. La elevada presencia de moriscos acrecentaba más ese temor.

El comisario de la exposición señaló que la idea de que el sistema de torres de defensa forma parte de un paisaje cultural ha quedado patente en los escudos de municipios como el de Dénia, donde aparecen la torre (el castillo) y el mar. Funcionó hasta mediados del siglo XVIII, cuando muchas torres pasaron al cuerpo de carabineros. Su misión fue entonces la de controlar el contrabando en las calas.

“De temor i seda. Les talaies de la costa” se puede visitar hasta el 6 de octubre en el Museu de la Mar de Dénia. La jefa del Servicio de Arqueología y Museos, Massu Sentí, destaca el rigor científico y multidisciplinar, pero también didáctico, de una muestra “que hay que saborear con calma”. Los textos que acompañan los elementos gráficos están escritos en tres lenguas -valenciano, castellano e inglés- y se incluye además un audiovisual con imágenes a vuelo de dron.

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