«No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena…»
Como tantas frases ajustadas a otros tiempos, esta tiene tanta vigencia hoy, como cuando fue dicha por primera vez.
Estamos hartos, la lista de las causas, es interminable, en cada esquina hay un nuevo motivo y diferente, para cabrearnos, dolernos, lastimarnos, apenarnos, por nosotros o nuestros vecinos, conocidos o amigos que, de un modo u otro, están sufriendo los desatinos de un gobierno que claramente nos ha engañado durante la campaña, o las buenas intenciones de entonces eran sólo una quimera sin fundamentos. 
Sea como sea, lo que es… nos está cercando, asfixiando poco a poco, lastimando golpe a golpe.
No queda otro remedio que pensar que son «los malos», parece imposible que estemos TAN atados por la Unión Europea como para tragar tanta caca, depender tanto de sus exigencias, es como pertenecer a un club que sólo nos exprime porque lo poco que nos da, no lo podemos usar.
No queda otro remedio que pensar que «los buenos» son indiferentes, que sus movilizaciones son «ligth», que no llegan a ninguna parte, eso los que se movilizan, porque si nos tomamos el trabajo de hablar con la juventud comprobaremos que no están motivados por el futuro, están de acuerdo con que no se puede estar de acuerdo, también están convencidos que no se puede hacer nada, siempre esperan a «otros» que lo hagan, sólo hay que ver la asistencia a las movilizaciones.
Es mil veces mayor el poder de convocatoria de una visita del Papa que la de una manifestación en pro de los derechos de millones de personas que están saliendo de la pobreza para alcanzar las más altas cotas de la miseria, como dijo Groucho Marx refiriéndose a su familia cuando él era tan sólo un niño.
Lo malo será cuando ya no haya posibilidad de protesta, cuando el hambre agobie seriamente y se sigan pagando ochenta y dos mil euros por un retrato de ex-presidente del Congreso.
Alguien hará algo y luego todos nos quejaremos durante otros cuarenta años.
