Estuve pensando seriamente en no publicar estas líneas por aquello de callar y olvidar los temas que carecen de la importancia que la sociedad les da, pero, como insisten en remover, aporto mi granito de arena en beneficio de la coherencia desde esa visión de no ser de aquí ni ser de allá.
Majestad, permítame tutearle en el titular como una licencia literaria que usted entenderá.
Una vez más diré que no tengo cultura monárquica por mis orígenes y recordaré aquello de la mesa de póker.
Si aceptamos vivir en un régimen monárquico debemos jugar a ese juego y respetar sus reglas.
Por mucho acercamiento que la familia real haya modificado hacia su pueblo, los reyes son los reyes, su trabajo es codearse con las altísimas esferas sociales donde casi nadie llega.
Y claro, estas esferas juegan al golf, conducen coches caros, viajan en jet privado y cazan elefantes, que a los de la prole nos jode, claro que nos jode, pura envidia.
No es de recibo que nuestro Rey no esté a su altura.
Así las cosas, si queremos Rey hay que aceptar que pasen estas cosas, que haga su trabajo y lo haga eficazmente, cosa más que demostrada hasta ahora.
Quienes no quieran una monarquía, ya saben, hay leyes para cambiar las cosas, pero mientras… hay que jugar al póker.
Por tanto, Majestad, yo te perdono.
Creo sinceramente que el único fallo fue pedir perdón, creo que alguien con más poder de convocatoria que yo, debe explicar a la sociedad, de este modo tan sencillo, cómo son las cosas.
Gracias a una «levantada» de teléfono del Rey, se han solucionado muchísimas cosas que parecían no tener arreglo internacional, cosa que la sociedad no sabe y deberían hacerse públicas con más empeño que una cacería de elefantes que en definitiva, hasta ahora, nadie había censurado con tanto empeño.
Miremos cómo está nuestra casa y dejemos en paz la Casa del Vecino, que si ahí está es porque así lo hemos aceptado.