Sinceramente no sé por dónde empezar, me desbordan los acontecimientos, me sobrepasan las historias que relatan los telediarios, parece imposible que tengamos tantos buenos ejemplos a la vista y no sepamos aprovecharlos.
Todo parece relacionado con la inteligencia o tal vez sea más exacto hablar de educación y formación.
Ya no se habla de piratas o bandoleros, hasta ese romanticismo se ha perdido, los barcos no son de mástiles y velas, los caballos ahora vienen todos juntos debajo del capó de un supertodoterreno.
Los ídolos se caen por su incapacidad de mantener su entereza, más tarde o temprano muestran su lado humano, claro que no lo hacen del lado que toca sino dando muestras de su debilidad cuando sus seguidores les creían poderosos, invencibles o sencillamente adorables.
Duele pensar que un líder político se haya ensuciado las manos al poner en sus bolsillos dineros mal obtenidos, decepciona encontrar corrupción en las fuerzas del bien y del orden, es lamentable vivir desconfiando con temor a pasear al perro por ciertos lugares oscuros donde antes íbamos a robarle un beso a nuestra pareja.
Nos desmoronamos cuando nuestra Infanta (la de nuestro propio cuento) prefiere declararse inútil antes que quedar ante su pueblo como quien cometió un delito (se lee mejor que si digo «como una delincuente»), se nos cae el alma a los pies al saber que nuestro campeón de balonmano se metió en negocios turbiuos arrastrando a la princesa y hundiendo a la familia real en un fango que al menos hasta ahora se venía salvando del ojo crítico de la plebe.
Luego viene la decepción, cuando nos enfrentamos a la triste realidad de ver cómo en lugar de crecer y madurar con los años y la experiencia, aquellos jovenes que hicieron carrera deportiva se forraron a ganar dinero sin más titulaciones que las copas-trofeo, eso los mareó y se tambalean en la estupidez o la mediocridad.
Pero el colmo de los colmos es que un campeón que lo tiene todo, evidentemente no lo tiene, utilice la más cutre de las trampas para salvar un examen donde hay que tener un nivel de conocimientos algo más alto que ser el más rápido sobre una moto.
Luego pide disculpas a la tribuna y todos contentos.
No sé si pensar que es la actitud de un inconciente, la de un delincuente o definitivamente es el acto prepotente de alguien que se cree por encima del resto de la humanidad.
Pero no perdamos el rumbo, todos los listillos y listillas (algún día hablaremos del género en la gramática) que piensan que sus mediocres fechorías no serán descubiertas, es porque suponen al resto de mortales algo así como una pandilla de imbéciles.
Lo malo es que posiblemente no estén demasiado desencaminados, además de hacer las cosas que hacen, les seguimos aplaudiendo y pagando de un modo u otro sus excéntricos y desmedidos niveles de vida.
En el fondo, somos unos románticos, no aceptamos que nuestros ídolos se desplomen, necesitamos mantenerlos a flote y hablar de ellos con orgullo.