Con todo el adelanto tecnológico que hubo en los últimos cien años, no se consigue adelantar en lo humano.
Desde la lanza hasta los misiles, los acueductos romanos a gasoductos submarinos, los pica piedras a las tablets en diez décadas la humanidad se superó a sí misma avanzando sobre miles de años casi estancados.
Pero, siempre hay un pero, curiosamente no se ha conseguido desterrar de la raza humana aquellos defectos (algunos enfermizos) que la llevaron a la estupidez desde los inicios.
La fuerza física y el insulto siguen siendo las herramientas preferidas y más utilizadas por los mal llamados «humanos» ya que en su actitud llevan el retroceso hacia miles de años en los que según Darwin el humano era aún un animal.
La competencia, la carrera por el ego, la envidia, el temor y el afán de medallas lleva muchas veces al equívoco humano a comportarse como sus antepasados, violencia física o verbal, en detrimento de sus vecinos, colegas que en lugar de unirse para el bien que ambos proclaman, se dividen en estériles luchas sin rumbo ni sentido en un intento de eliminar al otro que también trabaja y lucha por cuidar la misma Tierra.
En las guerras siempre hay un perdedor indiscutible, la población civil, la misma que se usa como argumento diciendo que es en su defensa cuando se sacan los tanques a la calle.
Ambos bandos defienden a los mismos «pobres inocentes», pero en su desmedida, inútil y absurda lucha, no comprenden que sus defendidos se convierten en víctimas de sus despropósitos.
Si tanto se ama a los pobres inocentes, únanse las fuerzas, apliquen ambas energías en un solo fin común en colaboración leal entre los fuertes para encontrar soluciones para los más débiles.
Pero, siempre hay un pero, los inhumanos somos así, el individualismo, la grosería y en definitiva la falta de formación, nos llevan a las guerras donde al final, sufre aquel al que dicen defender, traicionando con su orgullo… nada menos que… a su mejor amigo.