INÉS ROIG (*)
El sol es el compañero casi imprescindible de cada verano. Sin embargo, la piel sufre con una exposición continuada al sol, que puede derivar en patologías tan severas como el melanoma.
La primera prevención que se debe tener en cuenta es evitar los rayos de sol en las horas centrales del día. Además, en todo botiquín debe haber un fotoprotector que ayude a la piel a enfrentarse a los rayos ultravioleta. Cada vez que nos exponemos al sol, la piel activa de manera natural un sistema de control cutáneo. Sin embargo, el paso del tiempo agota este sistema de defensa y hace a la piel más vulnerable. Por ello, es muy importante utilizar siempre un fotoprotector de un factor superior a 30.
Tenemos que recordar que debemos usar esos productos una media hora antes de tomar el sol y que su efecto no dura mas de dos horas sobre la piel. Especialmente sensibles son los niños. Cualquier exceso en su piel repercutirá en su salud cutánea en la edad adulta. Para ello, es imprescindible que los recién nacidos no reciban ningún tipo de exposición solar. Solo a partir de los seis años podrán recibir una crema aunque con un factor 50 de protección solar
Junto con los productos foto protectores, todo botiquín debe incluir también repelentes y atenuantes de picaduras de insectos tan comunes en esta época del año. Cada año hay una invasión importante de medusas que comparten el baño con los turistas. Lo más importante tras una picadura es lavar la zona con agua salada, nunca dulce, y enfriar bien el área. También se pueden aplicar cremas con corticoides.
Para evitar el contagio de hongos, otra de las infecciones cutáneas más comunes de verano, es fundamental cumplir con una serie de precauciones muy sencillas, hay que evitar caminar descalzo, sobre todo en zonas húmedas como las piscinas, no compartir ni toallas ni tumbonas o cualquier otra superficie que haya podido quedar contaminada por otra persona y secar cuidadosamente aquellas zonas del cuerpo mas propensas al sudor como la ingle, las axilas y las áreas interdigitales.
A pesar de que hay que beber agua durante todo el año, las altas temperaturas obligan a una mayor ingesta de líquidos, sobre todo en poblaciones de riesgo como niños y ancianos. Hay que beber cada poco tiempo y consumir líquidos diferentes, como agua, infusiones, refrescos o zumos.
El sol y las altas temperaturas también afectan a los hábitos alimenticios. Por una parte, el organismo necesita una mayor ingesta de líquidos. Además para evitar digestiones pesadas o lentas se recomiendan dietas ricas en cereales, verduras y frutas, cocinadas con preparaciones rápidas y con poca grasa. El calor dificulta la conservación de los productos y favorece la aparición de enfermedades como la salmonelosis o la gastroenteritis.
Para evitar contaminaciones, hay una serie de sencillas recomendaciones: realizar una profunda limpieza de los utensilios, las manos y los propios alimentos; separar los productos crudos de los cocinados para evitar las intoxicaciones cruzadas; no conservar nada a temperatura ambiente; usar siempre agua potable y no consumir los alimentos más allá de su fecha de caducidad.
(*) Farmacéutica