Los infrarrojos: ¿la nueva amenaza?

INÉS ROIG (*)

Los rayos infrarrojos sirven para todo: para ver en la oscuridad, para restaurar obras de arte… Pero como muchas otras cosas, tienen su lado oscuro: son capaces de oxidarnos, de hacernos envejecer y de modificar nuestro ADN. También pueden provocar cáncer. Una de sus principales fuentes es el sol. Es decir, nos exponemos a los IR-A cuando nos tumbamos en la playa para broncearnos. Como si no tuviéramos ya suficiente con los UVA y los UVB, enemigos en la lucha contra el envejecimiento prematuro y el cáncer.
La preocupación por los infrarrojos viene de lejos, pero no se relacionaban con el sol, la preocupación era otra: se temía por la salud de las personas que se exponían a altas dosis de esta radiación, como los panaderos o los sopladores de cristal, y por la de aquellas personas que se calentaban con un brasero o una bolsa de agua. Todas estas fuentes de infrarrojos pueden provocar un eritema conocido vulgarmente como “cabritillas” o el “síndrome de la piel tostada”. Con quemaduras que pueden causar cáncer.
Las mujeres se sienten más bellas bronceadas. Además sale gratis y levanta el ánimo; lógico que su atractivo se dispare con la crisis. Pero tomar el sol no es solo una moda, es fuente de salud. Gracias al sol, sintetizamos el 90% de la vitamina D.
¿Y porque son peligrosos los infrarrojos? Su daño es acumulativo: potencian el deterioro causado por los UVA y los UVB. Además pueden provocar desperfectos en el ADN y en las células. Llegan a la hipodermis y alcanzan el tejido celular subcutaneo. Es decir, llegan muy lejos, mucho más que el resto de los rayos solares. Generan los temidos radicales libres. Para eliminarlos, la célula echa mano de sus defensas naturales, los antioxidantes. Pero el organismo no es un pozo sin fondo. Cuando nos empachamos de sol, los radicales libres se multiplican y nos arriesgamos a agotar los antioxidantes.
Una de las consecuencias negativas es la producción de menos enzimas capaces de producir colágeno. El resultado es poco estético: adiós a la elasticidad y a la deseada juventud. Aquí entra en juego el mecanismo conocido como fotoenvejecimiento.
Más efectos negativos: Puede producir alteraciones vasculares, cefaleas, escalofríos o lipotimias. Se trata de un enemigo silencioso. No nos damos cuenta. La piel no se calienta en exceso; cuando tomamos el sol, si notamos los UVB pero los infrarrojos no.
Otra mala noticia: el cáncer de piel. El ADN de las células absorbe la energía que producen los infrarrojos y se altera su información. El organismo intenta reparar el deterioro pero no siempre lo consigue, de hecho, cuando se sobrepasa su capacidad de reacción, aparece el melanoma. El riesgo es el mismo que con otros rayos, no está cuantificado, pero se sabe que es tan importante como el de los rayos UVB.
La solución no e sencilla. No existen filtros para frenarlos, ni ninguna molécula capaz de absorber este tipo de radiación, algo que si que ocurre con los UVA y UVB. Varios laboratorios acaban de lanzar una nueva gama de productos solares capaces de reducir los efectos negativos de los IR-A. Su secreto: los antioxidantes. Incorporan cócteles que palían el daño celular, pero no lo evitan. Se trata de la primera generación de fotoprotectores IR-A. Conocemos bien la naturaleza de este tipo de radiación y sus riesgos, pero queda mucho por hacer en cuanto a la fotoprotección.
Por cierto, no todos los infrarrojos son malos. La exposición controlada es positiva. Se emplea en medicina estética para quitar arrugas, celulitis, estrías; para mejorar la visión; para aliviar el dolor y las contracturas musculares; para aumentar el flujo sanguíneo o para tratar problemas dermatológicos. Hasta las planchas de pelo la incorporan.

(*) Farmacéutica

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