Democracia, libertad de prensa, libertad de…todo mentira, está escrito, es legal, constitucional, pero, otra vez aquello de «siempre hay un pero».
Hace unos cuarenta y cinco años yo vivía en Paraguay bajo un férreo gobierno dictatorial y militar que no permitía reuniones callejeras ni caseras, más de tres era de verdad una multitud con riesgo de al menos unas horas de calabozo.
Allí se podía pensar, pero ni hablar de hablar, de expresar esos pensamientos, ni siquiera en entornos cerrados ya que entre los amigos podía estar el enemigo chivato y entonces, todos perdidos.
Cuando expresamos nuestros pensamientos debemos recordar que sólo es un derecho con límites, «nuestra libertad termina donde empiezan los derechos de los demás», entonces sólo podemos pensar pero no decir.
Hay docenas de cosas que me gustaría decir en estas líneas que escribo desde hace mucho más de una década, muchas son por ese derecho de los demás, pero muchas más, por una especie de temor a las represalias.
Por mucha libertad de prensa, de expresión que disponemos, los escritores, pensadores, periodistas… callamos verdades porque las posibilidades de venganza son demasiadas.
El problema es medir esa venganza, si insultas a la madre de un descerebrado que tiene un arma en la mano, es posible, lo más probable, lo seguro será que te acierte un balazo en la frente o cincuenta en el cuerpo y alrededores.
Es entonces el momento en que nuestra libertad de expresión sufre la autocensura y se queda en la de pensamiento, pero vivos, o por no ponernos trágicos, con todos los dientes.
Quienes dicen lo que piensan sin pensar a quién pueden molestar ni en sus consecuencias puede transformarse en varios modelos clasificables como maleducados, prepotentes, poco diplomáticos, poco inteligentes, héroes y hasta demócratas, algunos sobreviven y otros son víctimas de la onda expansiva de la explosión que pudieron provocar.
Por si a alguien le queda alguna duda, para quitársela, pruebe a decir todo aquello que realmente piensa de quienes de una u otra forma algún día pueda depender.
O del descerebrado de la ametralladora.