La eclosión de las bicicletas eléctricas es un hecho indiscutible. Martin Stadlhofer, de Xàbia’s Bike, es un profesional de la venta, reparación y mantenimiento de bicicletas que ha extendido su negocio por la comarca. Además de la de Xàbia, cuenta con tiendas en Moraira y Xaló. Con su testimonio viene a ratificar que el mercado de la bicicleta eléctrica está creciendo como la espuma. Se conocen por nuestro entorno hace aproximadamente una década, aunque ha sido a partir de hace tres años cuando “ha explotado” su venta. “Con la bicicleta eléctrica puedes hacer de todo; te permite recorrer más kilómetros con menos tiempo, y sin dejar de hacer ejercicio, porque nunca dejas de pedalear”, advierte.
Se muestra incluso sorprendido de cómo han crecido las ventas en los últimos tres años de estos modelos de bicicletas. En su caso particular se puede decir que incluso se han triplicado. En la actualidad, en Moraira suponen el 80% del volumen de ventas, en Xàbia en torno al 50% y en Xaló sobre el 30%. Y la pandemia se ha notado en el sector, pero para mejor. “Nuestro mejor año en ventas ha sido el 2020, y eso que tuvimos cerradas las tiendas durante mes y medio”, subraya Stadlhofer.
El perfil de usuarios de bicicletas eléctricas es muy amplio, según destaca. Por lo general se imponen las parejas o matrimonios de cincuentones. “Se venden a pares; y si en algún caso viene una pareja y compran solo una bici para probar, antes del año ya están de vuelta para comprar la segunda”, dice. También son mayoritarios los clientes de nacionalidad extranjera (en torno al 65%), “aunque cada vez se están animando más los españoles”, puntualiza el empresario.
Las bicicletas eléctricas no son para nada baratas. Las básicas se sitúan en torno a los 1.200/1.300 euros, y en un segundo nivel aparecen las que cuestan sobre 2.000 euros. Sin embargo, en Xàbia’s Bike se venden mucho las que están por encima de los 3.000 euros. “La gente sabe lo que compra”, aclara Stadlhofer
El testimonio de una pareja de cicloruteros: “Ahora no hay aire ni cuestas, puedo ir a cualquier lugar”
Roland Bartels es un incondicional de las eléctricas. Cambiar la bicicleta convencional por una eléctrica, hace cinco años, le dio alas. Todavía más. Fue tras realizar un viaje por Baviera con su pareja, Helena Ferrando. En un paisaje “que sube y baja”, como él dice, “éramos casi los únicos que íbamos en una bici normal, y cuando un octogenario te adelanta con su bici y te saluda -bromea- hace daño”. Tomaron la decisión y se puso manos a la obra. Fue así como empezó lo que ha dado en llamar su tesis doctoral sobre la bicicleta eléctrica, esa que ahora mima y que le acompaña en casi todos sus desplazamientos.
Con el fin de encontrar la que mejor se adaptase a sus necesidades, buscó, leyó, preguntó y comparó. Pensó en poner motor y batería a su bici convencional y fue en busca del kit. Nunca estará lo suficientemente agradecido al propietario de la tienda de Rocafort que le aconsejó primero probar, y luego comprar. “Subí en una bici trucada de eléctrica y no era yo; probé una eléctrica y me convenció”, cuenta. Primera parte de la tesis.
Continuó la investigación para ir perfilando la elección. Tenía que decidirse por la colocación del motor: si debía estar delante, detrás o en medio. Se decantó por esta última opción que, asegura, le ha dado “superpoderes”. Sobre la batería aconseja tener claro siempre a dónde vas y contar con que va a dar de sí la mitad de lo que te dicen porque el consumo depende de muchos factores. “Yo la compré con la batería más grande”, señala, “y también quise que tuviese marchas por si alguna vez me quedaba sin baterías. Imprescindible guardabarros, portaequipajes –“por qué llevar una mochila a cuestas”-: y luz. “Sin todo eso no voy a ninguna parte”, dice. Y lo que no llevaba de serie lo incorporó al modelo elegido.
Parecía que la tesis había llegado. Tropezó entonces con un inconveniente: ese modelo no lo podía encontrar por aquí. Así que compró la bici por internet. Ahora no lo haría. “Entonces casi no había bicis eléctricas, pero ahora la cosa ha cambiado mucho”, por lo que Roland recomienda comprar cerca a fin de tener a dónde acudir si se necesita alguna pieza o para las reparaciones.
Satisfecho con su bicicleta, había llegado el momento de Helena. Ella la compró un poco después y se decantó por un modelo que ya llevaba el portaequipaje incorporado. “Con ello aprendimos también que la compra siempre te saldrá bastante más barata si lo lleva de fábrica”, añade. Hubo algún que otro tropiezo en esta segunda adquisición (tuvieron que comprar la bici en Alemania por internet porque la tienda de Valencia donde la habían encontrado no la podía servir hasta siete meses después) y empezaron a rodar en sus bicicletas eléctricas.
“Si antes hacía mil kilómetros al año, ahora hago 3.000”, cuenta este alemán afincado en Dénia desde hace ya mucho tiempo. Con la nueva bici cambiaron muchas cosas, “el aire te importa un rábano, no hay aire ni cuestas, puedes ir a cualquier lugar, a almorzar a Xàbia por Les Planes o a Gata de paella y volver”. “Hago lo mismo que cuando era más joven”, confiesa, “y cuando quedamos en algún sitio, como el mercado, llego antes que mis amigos porque la bici es lo más rápido”. Y pone el ejemplo de los repartidores que van en bicicleta.
Aclara que la bicicleta eléctrica te da la opción de ir a pedales –“no es obligatorio ir a motor, está ahí, pero puedes ir sin”- y combinando ambas opciones puedes dar buenos paseos. “Puedes darle la vuelta al Montgó o recorrer la comarca en bici”, precisa Bartels, “a veces sin apenas tener que tocar carretera”. Es este un aspecto que le preocupa. Nada que ver la red de caminos y carriles para bicicleta con los de Alemania, por donde ha rodado y mucho y donde hay más de 800.000 kilómetros de caminos para bici. “No solo eso”, remarca, “también una gran oferta de bed & bike en los que te proporcionan herramientas básicas, algo para secar la ropa por si llegas sudado, un buen desayuno… y algo fundamental, no te ponen mala cara si solo te quedas una noche”.
En su haber hay viajes por el Somontano, Navarra, el País Vasco, el Delta de l’Ebre…, rutas como la Pirinexus, por la frontera de Alemania con Polonia, por el Danubio, Venecia, Viena o Belgrado. “Yo soy alemán, pero he conocido Alemania en bici”, asegura Roland. Los viajes en bicicleta le permiten conocer cómo en apenas unos kilómetros cambian el modo de hablar, las costumbres, las comidas. “Hablas con mucha gente y haces mucha ‘colla’ -explica en ese valenciano casi perfecto que ha aprendido a hablar en la Marina Alta- y viajas sin prisa, porque lo único que tenemos en el mundo es tiempo, aunque no sepamos cómo organizárnoslo”. “Esos que van en coche y te pitan porque tienen prisa, tampoco”, afirma.
Helena y Roland tienen claro que “lo mejor es viajar en bici” porque en avión o en coche no se viaja “se llega”. Así que ellos eligen su destino, se desplazan en coche llevando sus bicicletas y allí empiezan el verdadero viaje. ¡Ah! Otra cosa. Sea para desplazamientos cortos o largos, “ir en bici no es de pobres”. Te permite vivir la vida de otro modo.