Lo que en la actualidad se ha dado en llamar “comercio de proximidad” era una constante en los pueblos pequeños hasta hace pocos años, con aquellas “tiendas” que, antes de que llegaran primero los supermercados y después las grandes superficies, cubrían las necesidades más elementales de abastecimiento de sus habitantes en todo aquello que no proporcionaban la tierra o los animales domésticos para el consumo. En concreto, en Benidoleig, prácticamente no hay nadie de los que superan los cincuenta años que no recuerde la tienda de la tía Amparito, “la del Felip”, en el «carreó»; la de Miguel “de Clara” y Paquita “Pereantoni” en la calle de l’Empedrat; la de ca Gabrielita en la de Baix; la de Rosita “Jesús” en el Castell; la de Julieta “la del Marí” en la calle de Dalt, o las de Gloria en la carretera o Teresita “Guarero” en las “Cases Noves”. Esta última con formato de carnicería, que competía sanamente con la de Aurora en la plaza de la Senyoria o con la de Paquita “Borumbot”, situada en la calle que aún hoy conserva mejor el tipismo del casco antiguo, con guardarruedas de piedra picada en las portaladas que, enmarcadas algunas de ellas en aquellas jambas que fueron obra de los canteros de La Xara, rematan las fachadas de piedra y mortero de cal que abren el arrabal de La Costereta.

«LA LLIBRETA DEL FIAT»
Todas ellas, junto con la inevitable balanza para vender a granel como parte imprescindible del mobiliario, forman todavía hoy parte de ese imaginario local que completa el horno de leña del “Sou” —que es el único establecimiento que aún pervive de la mano de los nietos del matrimonio formado por la tía Doloretes “la Soua” y el tío Batiste “Serila”, quienes le han dado continuidad al sacrificado oficio que les obliga a levantarse de madrugada para tener el pan listo a primera hora para Benidoleig y para el resto de La Rectoria—, y tenían como denominador común lo que ahora también se ha dado en llamar “servicio personalizado”, pero con el valor añadido que suponían aquellas libretas de dos renglones en las que apuntaban a quienes no tenían más remedio que fiar cuando no podían pagar la compra —en muchas ocasiones— hasta que llegaba la cosecha, de los limitados productos que ponían a disposición de sus convecinos.

Pues evocar esa esencia tan particular es, en definitiva, lo que guía la organización de la Feria de Comercio local, a la que los responsables del Ayuntamiento han optado por añadir el concepto de asociaciones con el fin de dotar del necesario dinamismo a un evento que se ha convertido, a lo largo de la decena de ediciones celebradas, en la tercera pata de las jornadas sociales más relevantes del año en el municipio, junto con las fiestas patronales y la fiesta de SanT Vicent en la Cova de les Calaveres.

Así, los veintiocho estands han agrupado a los escasos establecimientos locales subsistentes en la remodelada plaza de la Diputación, reforzados por otros de la comarca especializados en determinados productos y por los distintos colectivos que han acudido para reafirmar la autoestima de esos voluntarios que integran las Amas de Casa, el Club de Pensionistas, el AMPA del colegio Mestral, la Asociación Vecinal, la Agrupación Musical “El Seguili”, Protección Civil o el colectivo Tot pels bous.

Todo ello, al margen del despliegue de la numerosa Comisión de Fiestas de 2026 para asumir la parte gastronómica de una feriecita que ha disfrutado de animación navideña con Papá Noel para anticipar las fiestas más entrañables del año.

A todos ellos y al colectivo de Protección Civil, el concejal de Fiestas y Turismo, Lucas Alberola, les ha agradecido su disposición para iniciar una nueva década como referencia comercial y de ocio del interior de la comarca en otoño.







