Partiendo de la presunción de inocencia, debemos creer que los políticos del Planeta son representantes del pueblo, elegidos democráticamente y que están dedicados a hacer el bien velando por lo mejor para los ciudadanos y el país que dirigen.
Es posible que sin dudas haya muchos políticos que así piensen y hagan, a la vez que habrá muchos ciudadanos que también se lo creen.
La realidad es que por donde se levanten tapas o se tire de mantas, lo que sale a la superficie huele muy mal.
No debemos caer en la ingenuidad de creer que porque un político es amigo o pariente nuestro sea absolutamente honesto en su cargo.
Muchos aspirantes a políticos alcanzan puestos de responsabilidad porque en su camino no denuncia los chanchullos de otros en la creencia que al llegar más arriba será capaz de resistir la tentación y cambiar las cosas.
Ingenuo el pobre, al llegar al sitio adecuado, todo su entorno, quienes le fueron promocionando le dan las nuevas pautas de comportamiento obligándole a tragar o renunciar.
Posiblemente trague con la ingenua idea de poder cambiar las cosas, lamentablemente, no siempre se puede porque en ello les va la caída de todo el trabajo de una vida.
Ser honesto con nuestros propios principios es algo muy difícil en la medida que vamos adquiriendo compromisos en casa, la familia y su bienestar mueve montañas, esas mismas que también mueven la ambición y la codicia.
Recordemos que si uno no quiere, dos no discuten, un político sin propuestas corruptivas no se corrompe, esas propuestas no siempre provienen de otros políticos sino de ciudadanos que creen que por estar cerca del poder o manejar el poder del dinero, realmente tienen carta blanca para manejar las cosas a su conveniencia.
Otra cosa sería si los políticos comprendiesen que son empleados de los ciudadanos, que los ciudadanos pagan sus salarios y que, si todo fuese más serio, también podrían despedirles si no hiciesen bien su trabajo.
Ingenuos pues, los políticos que creen en la política pura e ingenuos los ciudadanos que creen en ellos.