Decía de un anacronismo en la novela y lo voy a contar porque es fácil hacerlo sin darse cuenta y por falta de información. Dice el navegante que al salir cantaban desde la orilla los que los veían partir con los frailes de la Rábida entre ellos, la Salve como despedida. Pues bien, yo creí que siendo marineros, era lógico cantar la Salve Marinera; pues no era esa porque aun no había sido compuesta. La Salve Marinera resonó por primera vez el 21 de diciembre de 1870 en el escenario del madrileño Teatro de la Zarzuela en la escena XIV de la zarzuela El molinero de Subiza, de la que es autor Cristóbal Oudrid y libreto de Luis Parada Martínez Eguilaz. Yo puse la letra de esta Salve en el texto de mi novela, lo que en realidad era un anacronismo.
La novela tenía una extensión de 334 páginas a las que hay que añadir 20 más de notas. Para darle visos de realidad en el prefacio decía que el texto lo había copiado de un manuscrito que se encontró en un pueblo de Madrid, El Molar, a donde en el siglo XIX había ido Carlos Cholbi Zaragoza a tomar las aguas falleciendo allí. Indicaba que ese manuscrito se lo había llevado para leer y al morir lo había dejado en el Hostal sin que nadie se preocupase de él hasta que al final llegó a mis manos.
Una obra así necesitaba de una editorial así que la llevé a seis editoriales de Barcelona y les dejé una copia para que estudiaran su publicación. A las pocas semanas me las devolvieron dándome varias excusas como la de que no entraba dentro de sus colecciones, que tenía valores literarios, pero…
Entonces pensé en presentarla a alguno premio literario y la presenté al premio de Murcia que entre sus clausulas señalaba debía estar escrita a dos espacios. Esto hizo que hiciera una nueva reproducción a dos espacios y la obra pasó a tener 630 páginas, por lo que la encuaderné en dos volúmenes.
También señalaba que debía ser inédita. Como la había llevado a las editoriales con el nombre de Bartolomé Vives, el descubridor, por si acaso esto les podía parecer que no obedecía las bases del premio, le cambié el nombre y puse Bartolomé Vives, marinero en La Gallega. Así la presenté.
Pero aun hice otro cambio en su contenido. Si había incluido entre los marineros a Bartolomé Vives, oriundo de Xàbia, con quien el navegante tenía largas conversaciones en esos momentos de poco viento en la mar, y dado que iba a presentarla a un concurso literario en Murcia, pensé que lo mejor era introducir un marinero de Murcia y así lo hice. Para ello introduje algunos cambios y junto a Bartolomé Vives apareció el marinero que iba dibujando las cosas que veía desde los animales marinos, hasta escenas de las Indias con indias incluidas, y animales de aquellas latitudes, dibujos que luego poblarían los manuscritos de los primeros años tras el 1492.
Quedé muy satisfecho de mi novela. Cuando se iba a conceder el premio me invitaron a la cena en Murcia. Cuando llevábamos media hora de cena, una voz dijo que el jurado tenía 10 obras seleccionadas y la mía entre ellas. A la otra media hora la misma voz indicó que eran cinco las obras que seguían seleccionadas. La mía también entre ellas. Media hora más tarde las seleccionadas eran tres y la mía seguía. Al final, a los postres, cantaron el primer premio y el accésit y la mía no estaba.
El jurado tuvo la amabilidad de hacer el certificado que se acompaña a este escrito donde aparece mi novela como finalista. En todo este trasiego de esperas, voces, etc., en una escenificación estudiada, cada miembro del jurado llevaba bajo el brazo una de las obras presentadas y uno de ellos llevó todo el tiempo el primer tomo de mi novela bajo el brazo. Le pregunté, tras el palmarés, qué le había parecido mi novela: ‘Muy larga y se nota más al historiador que al novelista’.